El Prodigio de Nacer

El Prodigio de Nacer

Nacer es un milagro, pero como se repite tantas miles de veces al día en todo el mundo, ya nos parece cosa natural. Nacer sigue siendo un prodigio. Nacemos de dos microscópicas células que, creciendo en el seno de nuestra madre, evolucionan hasta darnos la totalidad de un organismo que funciona con todas las posibilidades abiertas a la realidad.

Nacemos biológicamente en el momento de la unión celular, masculina y femenina. Y nacemos prácticamente al llegar a la Tierra, desprediéndonos del cordón umbilical de nuestras madres, respirando por nosotros mismos y buscando alimento en forma instintiva. Ese nacer sigue siendo un proceso de trascendencia única. Y la naturaleza con su perfección y su universo de fenómenos biológicos. Todo ya hecho ya estable, ya previsto, salvo en casos verdaderamente especiales. 

El prodigio de nacer no lo agradecemos suficientemente en toda la vida, ni siquiera muriendo dignamente. Porque nacer es como aparecer en el cosmos, con toda la irritación psicológica suficiente para decir "aquí estoy" a través del arte, de la ciencia, de la religión o de la vida práctica. Nacer es algo que hicimos tú y yo, pero que ni yo ni tú hemos meditado suficientemente. Somos seres creados, fundados en el cosmos de la existencia, a través de dos células, que contenían ya, programado y definido, nuestro edificio orgánico.

Y lentamente, a través de los años, este edificio orgánico que somos tú y yo, se ha ido llenando de realidades y fantasmas, de apariciones, testimonio y deseos.  Algún día, allá en nuestra niñez o adolescencia, nacimos por segunda vez. Logramos el prodigio que anhelaba Sócrates, dimos a luz nuestra conciencia, nuestro uso de razón. El filósofo griego, al educar a los niños y jóvenes, se llamaba a sí mismo y con humildad "Partero de almas"...

El primer nacimiento, fue inconsciente. El segundo debe ser consciente. El orgánico, es un nacer que acarrea la inercia celular. El psicólogo, es un nacer que provocamos y nos provocan, hasta lograrlo. Triste es decirlo, pero hay almas que nacen al uso de la razón, almas germinales, larvarias, incompletas. Almas que no nacen definitivamente. ¡Podemos ser tú y yo una de ellas!

El prodigio de nacer debe ser consumado. Nacer por segunda vez, al uso de la razón, de la conciencia, del primer grito del espíritu. A eso debemos de aspirar, con honradez y con valor, día tras día. De lo contrario, aunque parezca increíble, moriremos sin haber nacido, habremos desaprovechado el prodigio de un verdadero nacimiento al que necesitamos llegar, para realizarnos como seres humanos.

Nacer y renacer, he ahí el secreto para vencer a la muerte. Porque no morirá jamás quien haya nacido al mundo del espíritu, de la inteligencia, de los eternos valores, mundo que nos pertenece más allá del tiempo, y del espacio, mundo que somos y necesitamos ser.



La Tolerancia
Extraña virtud que pocos tienen: Tolerar. Aceptar al otro como es, con sus grandes diferencias. Entender que esas diferencias no alteran nuestro concepto personal ni su estimación afectuosa.

Todos somos diferentes. No hay en el universo una gota de agua igual a otra gota de agua, una hoja de árbol a otra hoja de árbol. Y sabiendo esto, aún exigimos que los demás sean como nosotros. Iguales a nuestra idea, a nuestra opinión, a nuestra creencia, a nuestro gusto.

¡Qué ilusiones tan frágiles!

Precisamente porque somos diferentes, convivimos en este mundo para correspondernos. Lo que no tengo yo, lo tendrás tú. Lo que a ti no te tocó, se me ha dado a mí. Y ofreciendo algo de lo mío a cambio de lo tuyo, sobrevivimos mejor, nos ayudamos ahora, aprendemos a servirnos más.

Resulta que en una plática nos enteramos que fulano no es de nuestra religión. Que mengana no es de nuestra tierra. Que aquel cree en cosas que nosotros detestamos. Que esta otra gente va contra lo que nosotros defendemos ciegamente. Y después de esto ¡A odiarlos!

¿Por qué...? ¿No intentamos acaso comprenderlos antes? ¿Somos tan pequeños, tan inseguros de nosotros mismo que cuando hay algo que amenaza contradecirnos, nos tambaleamos y nos convertimos en agresores, en los que desprecian, ignoran, alejan y anulan a los demás?

¡Cuidado!

Seamos tolerantes. Nada tiene que ver una creencia, una convicción científica, una posición política, con el verdadero sentido de la grandeza humana. Voltaire, uno de los más ásperos y venenosos pensadores de Francia, afirmó un día a uno de sus contradictores: "Podré no estar de acuerdo con lo que usted cree, pero daré la vida por el derecho que usted tiene de decirlo..."  Con ello, el filósofo descubría su amor a la verdad, su respeto al pensamiento ajeno, su dignidad de tolerante.

Tolerancia: Virtud extraña que nos invita a comprenderlo todo, sin perder nuestra propia percepción de la existencia, nuestra propia manera de vivir.

Nuestras Contradicciones
No cabe duda que somos seres contradictorios. Los humanos nos especializamos en pensar una cosa y hacer otra, es decir blanco y repetir negro. En vivir encerrados en contradicción permanente, a veces trágicamente.

El señor Delgado generalmente es gordo. El señor Cabello es calvo. La señora Dolores es más alegre cada día. El señor Blanco es morenísimo, así como la señora Diosdado nos resultó atea. Y qué decir del señor Moreno... ¡Es rubio!, y de la señora Paz. ¡Es la misma guerra!

Junto a estas contradicciones juguetonas, hay otras un poco más serias. Las del mundo interior. Decidimos hacer el bien desde este día y se nos atraviesan tres oportunidades diarias de fastidiar al prójimo. Una o dos de ellas, las aprovechamos. Hacemos el propósito de ahorrar, y gastamos cuanto antes lo que ya casi ganamos. Y con el firme deseo de hacer las paces con aquel enemigo gratuito, nos peleamos con dos más, para no perder la costumbre.

Nos contradecimos cuando precisamente hacemos lo contrario de lo que decimos. Y no hay ángel ni diablo que nos saque de este infierno en miniatura que nos hace el hazmerreír de nuestro prójimo sensato y nos convierte en hoja al viento, voluntad zigzagueada por los incidentes del día.

¿No recuerdan a aquellos pintores despedidos de su trabajo por tener en sus labios comunes cigarrillos...? ¡Claro! Estaban pintando un enorme letrero que decía: "No fumar."

Haz lo posible por no contradecirte. Por hacer lo que dices. Por pensar correctamente lo que vas a hacer. Por hacer lo que piensas. Día tras día, educa a tu corazón a conectarse con tu cerebro. Y a tu cerebro a ordenar a tu corazón.

Dice el refrán: "Del plato a la boca, se cae la sopa..." Yo agregaría: Por nuestras contradicciones. Porque. ¡íbamos a hacer tal cosa...! "Ya estábamos a punto de realizar esta otra..." Pero... Y en estas cuatro letras, puede encerrarse el fracaso de un espíritu de buena intención: "Pero..." Se hizo lo contrario. Se realizó otra cosa.

No te contradigas. Afírmate en lo que dijiste. Has lo que pensabas hacer. Sólo con este ejercicio lograrás conquistar tu ideal, que se hace, precisamente, de afirmaciones y negaciones, nunca de contradicciones. 

Y si te equivocas, borrón y cuenta nueva. Porque quien se detiene a justificar un error de ayer, se arriesga a no conocer la verdad de mañana.

Los Artesanos de la Risa

Nadie podrá decirnos quién hizo el primer chiste sobre el mundo. Cómo nació, quizá en la edad de piedra, la primera primitiva sonrisa. El cómico es según el entender de nuestros tiempos, el encargado de contarnos chistes, el que tiene como oficio hacer reír.

Quizá nació en nuestra madre Eva una extraña sonrisa al escuchar la proposición de la serpiente y la manzana. Quizá nuestro padre Adán sonrió cuando Eva lo quería hacer cómplice de la legendaria aventura. Pero nos cuesta trabajo imaginar que estas sonrisas encerrarán humor, ese estado incógnito del alma en donde nos desconectamos de la realidad para solazarnos con la imaginación.

Los cómicos en la edad media se dieron en llamar "Cómicos de la Legua". Tenían prohibido trabajar a menos de una legua de distancia de los castillos feudales. Los cómicos acarreaban enfermedades, mala suerte y envidias, por eso había que mantenerlos lejos. Con el tiempo la risa fue adquiriendo categorías profesionales. Ya en Grecia hacer reír era todo un arte. Díganlo si no las tremendas comedias de Aristófanes que combinaban las carcajadas con la enseñanza moral o con el flagelo político.

 En nuestro siglo hacer reír ya es cosa seria. Los cómicos son gente bien, ya no  "de la legua". Los tenemos a un metro de distancia en la televisión o a unos cuantos pasos en el teatro. Ya el cómico no es al mismo tiempo payaso, malabarista, mago o músico. Ya sólo es cómico. Su presencia impone respeto y la exigencia de un magnífico sueldo. Su prestigio es a veces mayor que el de un buen político y más claro que el de un buen negociante.

Hay cómicos que empiezan, que en la televisión son ejemplo, conquistan unos cuantos minutos para expresar su inquietud. Esos cómicos jóvenes, semilleros auténticos en donde se mezcla la necesidad y la gana del triunfo, pueden llegar lejos.

Los cómicos tienen un gran futuro. El mundo necesita reír. Este pobre planeta amenazado por todos, necesita de ese ejercicio natural, sonoro, sencillos y saludable de la risa. Para aquél que sepa hacer reír hay un futuro espléndido. Que se prepare, porque hay millones a punto de estallar en llanto.

Para todos los cómicos que empiezan mis mejores deseos. Son como apóstoles de la bondad que cabe en una buena sonrisa. Son como aprendices de héroes en esta batalla de la intriga, de la desazón, de la calumnia y del desastre.

Cómicos: Gracias por hacernos reír, que es en el fondo una forma de encontrarnos con nosotros mismos. 


La Audacia
Un proverbio latino, por allá en mi juventud aprendido a duras penas, decía : "La fortuna ayuda a los audaces". Esta frase tiene más de dos mil años de vida. Pero los audaces tienen más años que el proverbio.

Fue audacia la que hizo al hombre de las cavernas levantar la vista a las estrellas. Gracias a este instante comenzó la cultura, en la humanidad sobresaltada por los dinosaurios. Fue audacia la que lo movió a describir y a aceptar el fuego. Y comenzó la evolución hacia la industria elemental. Y fue audacia la que arrojó a intercambiar una piedra pulida y filosa por una piel áspera, pero útil. Comenzó así el comercio.

¿Acaso no fue audaz quien inventó la flecha...? ¿Y el que hizo una rueda...? Dentro de su infinita soledad, el hombre de las cavernas tuvo que tener un valor primitivo, la audacia, un valor ciego, para disparar en la noche de los tiempos la centella de su imaginación.

En la actualidad seguimos siendo audaces.
Para encerrar al prójimo en nuestros intereses. Para atrapar a nuestros parientes en nuestro egoísmo. Para encarcelar a quien se deje, en nuestros inconfesables intereses de cavernarios modernos.

 El bañarnos cada día, el subir en automóvil, el encender el televisor, el presumir de capaces, el discutir filosóficamente sobre una política que ni entendemos ni remediamos, no nos salva de nuestra edad de piedra. Porque la audacia de nuestros tatarabuelos seculares era para escapar de la necesidad, la nuestra es para alimentar nuestra ambición devastadora.

Audaces en las armas, audaces en la conquista por la fuerza de lo que la razón no justifica, audaces en la invasión de territorios ajenos: almas, tierras, corazones, tiempo, ideas, cosas y sueños. Todo, todo para nosotros, ¿Para esto es la audacia? Qué desilusión...

El hombre-bestia que se asombró al descubrir las estrellas, se avergonzaría de nosotros... Porque la audacia válida es producto de la necesidad auténtica o de la imaginación creadora y lo que nosotros llamamos "audacia" en los "negocios" de este siglo, no es sino robo legal, despojo autorizado, crimen desolador que muchas veces realizamos a la sombra de la ley.

Y de la audacia moderna, líbranos Señor...


Las Palabras Inútiles



Qué maravillosa en la palabra!

Depósito sonoro de nuestros pensamientos, dibujo de sonidos de nuestro corazón. La palabra es así, no fácil, inmediata, múltiple, inacabable y en ocasiones... ¡Inútil!

El proverbio chino afirma que en boca cerrada no entran moscas. Y hay otro que afirma: Por la boca muere el pez. Y no olvidemos el que nos recuerda: "Más vale callarse una palabra que perder un amigo..."

Es cierto. Cuidemos ese juego peligros, el juego de las palabras inútiles. Hay ocasiones en las que nos arrepentimos de haber hablado. Pocas en las que nos arrepentimos de no haber dicho una sola palabra.

Hay palabras en las que no hemos meditado quizá, palabras que significan mucho pero que se desvanecen de repente. Palabras que nos dicen, que leemos, que nos han enseñado, palabras que serían necesarias, pero...

¡Las olvidamos!

Evitemos las palabras inútiles. No seamos como los loros o las guacamayas, que hablan y hablan sin decir nunca nada. No seamos espejos de la palabras ajenas que no nos pertenecen. Tengamos el valor de hallar nuestras propias palabras.

Esas que nos nacen del alma en los momentos sinceros. Esas que nos decimos a nosotros mismos en los instantes decisivos. Esas que brotan de lo auténtico de nuestras vida y que nos acompañan siempre.

La palabra es el arma más poderosa del espíritu para sobrevivir. Usémosla debidamente. Recordemos que hay gente en el mundo, -los monjes trapenses- que sólo hablan una sola vez al año. Lo demás es meditación, silencio poderoso y enérgico, ahorro de sonidos repletos de vanidad.

No quiere decir esto que nos pasemos la vida callados, no. Simplemente que hablemos cuando sea necesario y nada más.

Lo que sobra es la serpentina de la conversación inútil, el confeti de las palabras que se dicen así, como arrojándolas al paso de lo que sea.

Hace falta, quizá, una carrera más entre las miles que existen: "Licenciado en Administración de Palabras..."


La Escritura

¡Increíble! Y... verdadero. Que con sólo 29 letras en un idioma, por ejemplo el nuestro, podamos hacer algo como el lenguaje, tabla de salvación de la cultura, clave de nuestro entendimiento mutuo, razón de la convivencia superior, herencia que nos supera y redime.

El lenguaje...

Quizá el hablado no nos sorprenda tanto, puesto que lo usamos casi desde nuestra infancia, con naturalidad instintiva. Pero el lenguaje escrito, es el que ha dado a la humanidad la posibilidad de transmitir, generación tras generación, la historia de sus aciertos y sus fracasos, de sus anhelos y frustraciones, de sus amarguras y sus esperanzas.

Escribir es crear, sobre una piedra, sobre una piel, sobre un papiro, sobre una tela, sobre un papel, sobre una pantalla, algo de nuestro yo, de lo que somos íntimamente, de lo que ansiamos ser. Y este escribir desde la edad de las cavernas, nos ha ido madurando para vivir mejor.

Escribir es recordar, arrebatando al olvido, nuestra experiencia.

En las paredes de Altamira o en las rocas de Chihuahua, están escritas las experiencias de nuestros ancestros:  Como cazar un toro salvaje, como matar un venado. Este recuerdo se une a otros más: Como mirar a las estrellas, como fabricar un barco, como aconsejar a un hijo, como perdonar al enemigo...

Del dibujo, se pasó a la palabra. Y en la palabra escrita se basó la humanidad para adelantar en unos cuantos siglos, su forma de entender al universo.

Fueron los fenicios, pueblo mercader o inquieto, quienes inventaron la escritura cuneiforme. En forma de pequeñas cuñas, empezó a trasmitirse el pensamiento. Y nuestros alfabetos, todos, persiguen una sola cosa: Atrapar el sonido del alma, para que lo oigan otros, ya en su mundo aparte, ya con sus ojos ávidos, ya con un deseo de entender lo que pensamos o lo que nos sucedió.

Que la palabra escrita, ya en forma de pensamiento, carta, mensaje, periódico, revista, libro, llegue a nosotros, como fuente de luz. Hagamos de la palabra escrita nuestra mejor amiga, porque es para nuestro corazón, un manantial de ideas positivas, necesarias, permanentes, salvadoras.


La Amistad

Ya Sócrates, Platón y Aristóteles hablaban de ella. Ya en la Biblia, Saúl y Jonatás daban ejemplo de lo que significa un afecto así. Ya en los pueblos hindúes, chinos y persas, la amistad estaba considerada como el amor más alto, más firme y más sereno, más perdurable y más desinteresado.

Decía Cicerón: "Quien tiene un verdadero amigo, tiene un tesoro". Horacio afirmó algún día: "Mientras tenga razón, no encontraré nada comparable a un amigo". Leonardo Da Vinci escribió: "Debes reprender a tu amigo en secreto y alabarlo en público". Voltaire decía: "Toda la grandeza de este mundo no vale lo que vale un amigo".

Y así los pensamientos célebres de gente ilustre. Y así podríamos seguir descubriendo ideas y reflexiones sobre la amistad. Lo que importa es que podamos meditar unos instantes sobre esta cualidad que nace del corazón y ahonda en él sus raíces más nobles, más generosas y más durables.

Ser amigo es dar a otro el beneficio que al mismo tiempo disfrutamos. Es compartir pobreza y prosperidad, dicha y amargura. Ser amigo es no agregar a los mérito del otro nada, pero tampoco rebajar en nada sus cualidades o subrayar delante de otros, inútilmente, sus defectos.

Así como las penas con pan son menos, los trabajos de esta vida, con buenas amistades, resultan valederos. ¡Cuántas veces, en nuestra soledad, la sola imagen de un buen amigo alivia nuestros pesares! Y cuantas veces la mano insospechada, se tiende en nuestra ayuda, sin exigir jamás la recompensa, sin esperar jamás el pago...

Quien presuma de amigos, que espere a tener que comer una talega de sal. Quienes lo acompañen, serán en verdad amigos. Los que se alejen a las primeras dificultades, serán compañeros pero no amigos. Los que gocen con nuestra desgracia, no serán amigos, serán los envidiosos de siempre. Los que sólo encuentran nuestros defectos y se olvidan de nuestras virtudes, quizá sean conocidos nada más.

Tengamos en la amistad un descanso en esta vida. Ella o él, nuestros amigos verdaderos, merecen respeto y comprensión. Respeto para su afecto y comprensión para sus defectos. Sólo así los conservaremos. Sólo entendiendo que ella o él son humanos, mantendremos cercano su corazón, por encima de nuestro egoísmo, de nuestra miserable interés de ser siempre felices.


La Palabra

Ella es. Piedra angular de lo que somos a través del tiempo. Fórmula mágica sin la cual nada de la cultura universal hubiera sido realizado. ¡Palabra! Llave, inicio, camino, aventura, fin.

El viento se estremece cuando la pronunciamos. Nuestro corazón se agita cuando la recordamos. La memoria vive cuando la evocamos. La palabra es la primera y la última razón de eso que llamamos lo nuestro común, lo que nos pertenece por categoría espiritual. Todo lo que el amor ha sentido, lo ha tratado de encerrar la palabra. Todo lo que la ciencia o el arte han concebido, lo archiva la palabra. Todo lo que ha sido o lo que es, lo que puede ser, ya estuvo o está o estará, tarde o temprano, en la palabra.

Madre universal de nuestro idilio con la realidad, madrastra de nuestra locura por ser un día poseedores del secreto de la inmortalidad, amante de cuantos han soñado ir más allá de su envoltura de carne y hueso, eso es la palabra.

Bienaventurada, ella, que es y encierra todo un mundo de posibilidades en un instante de nuestro destino. Si la música nos lleva donde nadie ha llegado jamás, la palabra nos regresa a donde no hubiéramos podido regresar: A nosotros mismos, a través de los demás.

Bienaventurada ella, que ha podido dar testimonio de los santos, ha deshecho el infierno de los pecadores y ha desatado guerras, edificado amores y destruido las mentiras de generaciones enteras.

Dios, Adán, Eva, Amor, Esperanza, Recuerdo, Olvido. Palabras clave. Palabras como madres de todo lo creado. Símbolos mínimos del universo entero. Granos de luz en la tiniebla de todos estos siglos. Destellos que nos conducen de nuevo a meditar qué maravilloso es haber nacido y tener el don de hacer, de un silencio cualquiera, una palabra viva. 

Ese milagro lo tiene el hombre, día tras día. Y lo lleva, generación tras generación, como alivio del pecado original. Porque hablarle a Dios, aunque sea en nuestras propias palabras, ya es un principio para obtener el perdón de todos los pecados de nuestra inteligencia.

Ella es. La Palabra. ¡Qué felices aquellos que la pronuncian con los labios del alma!

Lo que no pudo ser

Sí, lo que no pudo ser tiene su encanto. ¿No te habías fijado en esto? Aquel libro que no pudimos leer, aquella amistad que no pudimos lograr, la melodía que ya no recordamos a pesar de nuestro deseo de tararearla, el paisaje que ya no visitaremos jamás, la sonrisa que ya no veremos nunca, la calle aquella que deseábamos visitar y que desapareció para siempre... Sí, lo que ya no pudo ser.

Encierra la poesía del nunca-para siempre-ya. Y como legítima poseía, escapa a las palabras. Queda como una leve sensación de nostalgia, de sinsabor alegre, de ironía cuyo eco es lo perdido y recobrado al mismo tiempo.

Porque lo que no pudo ser, lo traemos una vez más hacia nosotros, recreándolo aquí, dentro de nosotros mismos. Es parte de nuestro mundo interno, de nuestro universo de cosas inseparables, universo que palpita en la noche de la evocación. Lo que no pudo ser es más nuestro que lo real, porque lo hacemos a nuestro modo, a nuestra categoría de magos y hechiceros del acontecer.

Ya se que a veces lloras, sin querer, por aquel amor perdido para siempre. Sé que como yo, suspiras por aquella canción que nadie se sabe, más que tú o yo. Sé que al caminar solitaria, alma hermana, sientes que la tarde cae maravillosa y que el alma aspira por otro amanecer, otro parecido a aquél ¿recuerdas...?

Pero... No pudo ser.

El mundo gira como el reloj, siempre hacia allá. Siempre. No se detienen ni el mundo, ni el tiempo, ni el olvido. Nada detiene su marcha hacia el quién sabe. Ay de aquél, nos dijo el Evangelio, que ponga la mano en el arado y pierda su alma mirando atrás, hacia el ayer...!

Lo que no pudo ser nos envuelve, nos da vida, nos exalta el corazón para ilusionarnos con la mágica posibilidad:  ¡Quizá mañana! Pero sabemos que no podrá ser. Que hay cosas que no retornan nunca, como aquellas aves que se pierden en el mar y no encuentran jamás playas remotas. Pero a nosotros nos salva la poesía, alma amiga. Lo que no pudo ser para nosotros es el mejor poema, la mejor canción, el amor inacabable de lo que nadie encontrará.

Lo que no pudo ser es tuyo y mío y por ello piénsalo bien, vivimos a la orilla del océano vivo de la eternidad.

La Diaria Santidad

No, no pensemos que el santo es el mártir, el agobiado por las penas corporales o el postergado a la oscuridad de la penitencia. No. Que hay muchos caminos para llegar a Roma y muchos también para merecer un cielo.

La imagen del santo de nuestra infancia ya está en los altares. A esa santidad nos referimos para interceder ante Dios por todos nosotros. Los santos de ahora, ¿dónde están...?

En la fábrica. En el taller. En la oficina. En la escuela. En las minas. En el campo. En todo lugar donde un trabajo se desarrolle con la fe necesaria y con la voluntad limpia. Y es una santidad muy a lo siglo 20. Santidad sin nada de espectáculo, sin la aureola de los siglos. Sin el alboroto de las campanadas.

Es una diaria santidad que se nos pide, para cuajarla en el silencio y sin más recompensa que la satisfacción interior del deber cumplido.

Los grandes santos que en el mundo han sido, comenzaron por hallar primero un deber inevitable. Enseñar, predicar, trabajar. Y su perseverancia los llevó a la genialidad del deber cumplido, hasta la desesperación.

Nosotros no queramos comenzar con genialidades. Comencemos como ellos, cada día, cumpliendo nuestro deber de amar al prójimo, buscando su beneficio. Y cumpliendo nuestro trabajo. El mundo necesita santos. Santos que sepan levantarse temprano, perdonar las ofensas, ayudar al otro en caridad verdadera. Santos que ganen un sueldo, que busquen la verdad, que no tengan miedo de ayudar a los pobres. Santos que no se ilusionen con llegar a los altares, santos que deseen quedarse en la tierra para remediar el hambre de justicia y el hambre de amor de todo el mundo.

Uno de estos días

Sí, sí... Uno de estos días empezaré a hacer lo que me gusta.

Uno de estos días comenzaré a ahorrar palabras. Uno de esos días decidiré mi propia ley de observaciones humanas.

Porque uno de estos días en que me levante de buen humor, miraré mi corazón con los ojos cerrados en la autopista, de la esperanza rumbo a la playa del no sé qué, buscando quien sabe qué cosas sin saber para qué.

Claro que uno de estos días haré balance de mi tienda: Tantas amarguras de ingreso, tantas sonrisas de gasto, tantas letras de cambio firmadas por la desolación, tantos cheques sin fondos del banco de la ilusión... Y el subtotal, en rojo... ¡Rojo de indignación!

Uno de estos días encenderé mi radio en la estación donde sólo leen poemas dedicados a los niños que no pudieron nacer. Esa estación creo que es "Radio Sin alma, La Emisora de las Orejas Rotas". Es muy interesante, sólo que hay que comprar boleto para escuchar su transmisión. ¡La realiza en diez mil horizontes de potencia!

Uno de estos días contaré todas las letras del periódico. Y el resultado lo dividiré entre siete. Y el número que salga, será el de las horas de vida que me quedan para tenerme fe.

Uno de estos días...

¡Desde luego que sí! ¡Uno de estos días sabré quién soy, de dónde vengo y para dónde voy! Y entonces podré amar a mi prójimo como a mi mismo. Y me encontraré a Moisés, en el mercado, vendiendo posters de los diez mandamientos a cuanto pecador tenga en la bolsa un dólar disponible...

Uno de estos días le diré por qué escribí las cosas anteriores. Porque parecen no tener sentido, pero... Uno de estos días, entenderé lo que nos pasa a ti y a mí, si, en uno de estos días...


PREMEDITACION

Y al personaje aquel le sucede todo. Se le escapa la vida al morir alguien que él identificaba como su amor. Y habla, habla en su diario con sinceridad presente y desgarrada.

Y me imagino que aquel mar siguió golpeando la arena, haciendo espuma, desbaratando su incorruptible soledad en brisa y rumor sagrado.

No sé por qué se me ocurre decirles que ese niño-abuelo-niño somos todos. Y que contemplamos el mar con ojos de sorpresa y de profecía perfecta. Y hablamos y hablamos solos, sin mover los labios.

Hablar es un destino del hombre. Hablar nos desgaja de ese reino animal tan pocas veces comprendido. Hablar de todo y todos, para nadie quizá. Hablar tratando de que alguien nos diga alguna vez: ¿Cómo decías?

Estos "Hablemos" son parte del oleaje que me toca vivir y contemplar al mismo tiempo, como niño-abuelo-niño.

A mi también, querido Mario, como a tu personaje, me va a suceder todo. Lo único que me consuela a veces es repetirme cosas, hablarme sin cesar soñando que me escuchen.

Hablo de cosas que el mar no entiende. Pero hablo con un deseo acaso, el deseo de que hablemos.

A ti, lector gracias. A Mario, gracias también. Porque ha hecho posible la conciencia de que el océano de olas que suceden, no altera jamás la esperanza del niño que lo ve.

Porque tarde o temprano, todo sucederá. Como lo describió un colombiano inolvidable, Porfirio Barba Jacob: "Mas hay también, ¡o tierra! un día, un día, un día en que levemos anclas para jamás volver. Un día en que discurren vientos ineluctable. Un día en que ya nadie nos puede detener."

Mientras llega ese día, hablemos, al menos con la idea de que las palabras, en barcos de papel, navegan unos instantes sobre la playa que tanto nos asombra y que nunca podemos comprender.


La Niñez del Mundo


¿Quién es ese ser tan extraño...? ¿Existe todavía? ¿Lo han visto por casualidad en esta última semana? En verdad, sabemos lo que es... ¿Un niño...?
Un alma dispuesta a toda fantasía, abierta a todo llanto, disponible para el sueño más feliz e inocente, con una fe tan grande en sí mismo que cree todavía que los hombres son los mejores amigos del perro y que cuando uno crece, es más feliz que cuando uno es pequeño...

Niños del mundo, ¡escúchenme!

Ustedes, que ni alcanzan festejo, ni un día de fiesta, ni pastel de cumpleaños ni sonrisa oportuna... Ustedes, que buscan este día y todos los días un pedazo de pan, ¡escúchenme! Por amor al destino que a cada uno de ustedes llegará, no dejen de soñar. Por favor no dejen ustedes de mirar las mariposas como cosas mágicas, un barco de papel como transporte necesario, una mosca como aventurera del espacio y una lata vacía como cofre de ensueño, como juguete único...

¡No dejen de soñar, niños del mundo!

El día que un niño deja de soñar para entender la realidad, ese día, deja de ser niño. El día en que descubrimos para qué sirven las jaulas de los pájaros, el día en que perdemos una moneda por el bolsillo roto de nuestro pantalón, el día que la muñeca deja de ser ilusión para ser recuerdo, ese día, dejamos de ser niños. El día en que la muñeca se hace niña y la niña empieza a ser mujer, diciendo: "Sin él, no podría vivir..." ese día... ese día...


Dejamos de ser niños, vemos la cara del hambre. Los ojos del dolor. El alma de la ausencia. El sentido de la palabra nunca y la historia de la frase: "Si, pero..."

No dejen de soñar, niños del mundo. Ustedes niños de 20, 30, 40, o 50 años que me están leyendo... ¡No dejen de soñar! Hay que tener siempre el valor de una nueva fantasía. Porque el mundo necesita urgentemente de niños y de muchos años, niños que en esta edad adulta y todos los días de cualquier edad, se atrevan a decir: "Fíjate, corazón mío... había una vez..."

Si cada día volvemos a ser niños tan sólo unos minutos, si al menos nos atrevemos a sonreír como sonreíamos a los siete años, si somos capaces de regresar a la ternura audaz de los primero años, veremos que la cara del hambre puede suavizar su gesto, que los ojos del dolor pueden contener su llanto, que el alma de la ausencia vibra con la palabra amor... Y que la palabra nunca, a pesar de ser tan triste, sirve para algo...

Aunque sea para volver, niños del mundo, siempre, siempre, al país encantado del nunca jamás.

Niños del mundo, hombres y mujeres que me están oyendo, necesitamos entender que la niñez no debe abandonarnos. Porque ella es el secreto mágico de un mundo mejor, de una convivencia sin raza, ni credos, ni fronteras....

Niños del mundo, no importa edad, desencanto o soledad habida: ¡Sigamos cada día, algún minuto acaso, siendo niños!