La Bendita Incomodidad


Quiere uno pensar siempre que la vida es para estar cómodo. ¡Cuánto espejismo!

Precisamente por la incomodidad el mundo ha progresado. ¿No estaba incómodo el hombre de las cavernas alrededor de su hoguera y eso lo movió a fabricar sus primeras chozas...? Fue incomodidad la que sintió el hombre prehístórico con la lluvia y el viento y el frío. Y eso lo motivó a inventar sus vestidos. Fue para el primitivo pescador muy incómodo pescar con anzuelos improvisados. Y fabricó la red. Y la incomodidad del frío lo presionó para buscar calor, fuego que pudiera encenderse a voluntad.

¡Bendita incomodidad! Ella nos mueve a diario a muchas cosas, para lograr sólo comodidades instantáneas. Analicemos nuestra vida... Por las incomodidades que hemos padecido, nos hemos movido a trabajar más y más, buscando mejoría.

¿Es este un valle de lágrimas? Bueno si, pero también... de incomodidades.

Entendamos buenamente que la comodidad es el pequeño bienestar físico y hasta espiritual que nos recompensa muchos trabajos. Pero no confundamos esa comodidad con la molicie.

Una cosa es ser luchador por una satisfacción y otra ser y soñar con lo "comodino".

Se puede estar a gusto, en forma sencilla y merecida. Se puede enviciar uno en la comodidad y hacerse "comodino", es decir, eterno disfrutador de la comodidad, cueste lo que cueste y valga lo que valga.

El que busca una satisfacción personal trabaja honradamente por ella. Y quien sólo la espera sin trabajo alguno, ya es un comodino.

¡Bendita incomodidad! Porque los espíritus que la poseen, no descansan hasta lograr lo que sueñan. Un gran incómodo era Galileo. No esta a gusto, pensando en que la tierra, en que nosotros, éramos el centro del universo, inmóviles.

Y meditemos: La naturaleza nos da también luminosos ejemplos en los que la incomodidad, produce maravillas. Una ostra vive tranquila. Pero de pronto, un grano de arena penetra en su interior. Y la ostra segrega algo para librarse de esa incomodidad. Y se algo, líquido viscoso y sobrante, se endurece. Y así nace una perla.

Claro espejo para nosotros: Ese dolor incómodo, ese sufrimiento molesto, eso que llamamos incomodidad... ¿Podrá transformarse en algo de valor perenne y singular...?

Los Padres y los Hijos
Se ha mencionado mucho en estos años la lucha de las generaciones, la diferencia entre ellos, los adultos y éstos, los jóvenes. Se ha pretendido explicar que los unos son diferentes de los otros y en ocasiones hasta enemigos.

No hay tal.

Ellos son los padres. Los que han luchado durante años por cumplir con un deber serio en la vida. Y a quienes abruma a veces un hastío, un cansancio de vivir, un no se qué de desencanto.

Ellos son los hijos. Plenos de juventud, de energía, de la fe en la vida y en el futuro, que para ellos es lo más importante, aparte del hoy que disfrutan sin preocupaciones.

Basta con meditar un poco y encontraremos que lo que es "conflicto generacional" es sólo una falta de comunicación, de identificación, de proximidad necesaria. Nunca esas diferencias entre ellos nacen porque si, siempre hay una razón, una causa. Lo más común es el desconocimiento. ¡Extraño parece ser que no se conozcan a veces padres e hijos! Pero, es verdad...

Alguien afirmaba hace siglos que lo que no se conoce no se ama.


Y para nosotros, los padres, es una obligación conocer a nuestros hijos. No sólo alimentarlos y darles lo suficiente para luchar en la vida. Tenemos que acercarnos a ellos sin pretender dominio, estar con ellos sin causar estorbo, ir con ellos sin ejercer tiranía.

Y ellos, nuestros hijos, se acercarán solos a comprendernos y a decirnos con naturalidad: "Te quiero". Pero no con palabras, con hechos. Siendo responsables, nobles, trabajadores, plenos de fe en la vida. Los hijos de esta época no prefieren las palabras. Son sus actos las mejores pruebas del afecto, del cariño, del amor.

¡Merezcamos la comprensión de nuestros hijos!