jueves, 19 de junio de 2014

La Diaria Covivencia

Adoptar un niño

Hace días aprendí algo más. Alguien me decía casi inocentemente: "Fíjate que fulano, adoptó un niño..." 

Detrás de esta frase hay tal contenido de humanidad y trascendencia, que pensé dedicarle tres minutos al día. Hoy lo hago. Mi admiración sincera para quien pudiendo o no tener descendencia elige un ser y lo lleva ante la ley para decir: "Lo quiero, me hago responsable de él. Lo llamaré hijo de hoy en adelante. Lo reconozco ante mí y ante todos, como entraña, como posesión y como descendencia. Lo adopto y le entrego parte de mi existencia entera..."

Es conmovedor que nazca un niño. Pero más conmovedor que haya nacido con un probable destino incierto y que alguien se haga responsable de él.  Nacer, pienso yo, es un mero resultado biológico. Crecer, educar, realizar como esencia humana a una criatura, eso es verdadera paternidad íntegra. 

Porque conozco padres cuyos hijos están por ahí, con apellido solamente. Son hijos de membrete, sin costumbres paralelas, sin afectos entregados, sin más categoría de hijos que un simple acto biológico y tiempo de por medio. Ser padre, creo, no es dar vida solamente, es entregar una forma de vivir, enseñar a caminar con los pies y con el alma, educar a los ojos para que verdaderamente se asome el espíritu propio, al mundo en que vivimos.

¡Que dura, qué difícil, que complicada y qué exigente es la paternidad! Y no hablemos de la responsable que nos disparan desde campañas publicitarias. Hablemos de la paternidad verdadera, de aquella que encierra no un montón de células más que lloran, sino la paternidad que guarda la vocación de dar, de sostener, de cultivar el alma, para decir "Te quiero".

La adopción tiene sus normas, sus condiciones, sus preceptos. Pero lo más admirable es la voluntad de aceptarla. Generalmente nos perdemos en el deslumbramiento del parto materno y nos quedamos festejándolo toda la vida. Y para quien ha estado vigilante, solícito y disponible en la necesidad  cotidiana, para el padre, poco decimos siempre.

Para ti, que adoptaste ese niño, amigo mío, mi admiración sin límite. Porque demuestra la voluntad de amar en definida forma. Y al reconocer como hijo a ese ser indefenso, te ennobleces y comprometes para siempre. En ti, la categoría de padre encuentra su más desinteresada y entrañable expresión.

La diaria convivencia

¡Qué difícil es perdonar los defectos del prójimo, si queremos ser virtuosos!

Siempre los demás tienen la culpa. Son impacientes. Son tercos. Son agresivos. Son avaros. Son esto. Y aquello.

Nosotros somos los comprensivos. Los generosos. Los cordiales. Los pacientes y agradecidos. Los sufridos.

¡Cuidado!

Estamos cometiendo una falta grave y tonta. La que cometen desde hace miles de años los que no son mansos y humildes de corazón. Estamos viendo "la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio..."

Nos hemos puesto a pensar ¿por qué...? Por una sencilla razón:
No sabemos convivir.

Eso. No sabemos compartir con los que nos rodean, virtudes y defectos. Por eso batallamos más. Porque si supiéramos descifrar el secreto de la convivencia, no viviríamos amenazados por la amargura y el resentimiento. Seríamos tratables, corteses, comprensivos. Y hasta afectuosos. 

Convivir es pasar el día, las horas, los momentos, en franca idea de compartir. Debe entender. De olvidar y de soñar un poco que podemos ser mejores. La convivencia no es fórmula secreta, es razón vital que hay que poner en práctica.

El vecino tiene un apuro: le ayudamos. Un desconocido sufre un accidente: lo auxiliamos. Una mujer pide una caridad: buscamos solucionar su problema. Alguien nos saluda sin conocernos. Correspondemos amablemente. Otros nos fastidian. Les tenemos paciencia. Otros nos pagan con celo y hasta envidia. Las perdonamos sinceramente.

Eso es convivir. Llevar la vida con el otro. Ayudándole a entender que el amor es la fuerza más grande del mundo.


El arte de preguntar

Decía el refrán antiguo: "El que pregunta, llega a Roma". Y en verdad preguntar es todo un arte.

Hay gente que en la vida se dedica a responder. Y entre más cosas responde más valor cree tener. Y hay otras gentes, que por el contrario, preguntan, preguntan. ¿Recuerdan a Sócrates? ? Era un preguntón incansable. Se salía a las calles a plazas de Atenas y no cesaba de preguntar. Al juez le preguntaba que era la justicia, al gobernante lo que era la libertad, al soldado lo que significaba la guerra y el filósofo que era el amor o la verdad.

Hasta la fecha, la técnica de Sócrates sigue válida. Porque las respuestas que provocó en los de su tiempo, resultan a veces inmortales. Porque Sócrates atenazaba a su prójimo y lo acorralaba hasta obtener una buena respuesta. Y en eso radica el arte de preguntar, en saber obtener respuestas claras.

Ante las preguntas, todos reaccionamos en diferente forma. Lo vemos todos los días. La mayor parte de nosotros respondemos en forma improvisada o trivial, cuando no en forma agresiva o equivocada. A veces, la pregunta torpe, puede provocar la respuesta más sabia. ¿Por qué? Porque quien responde saber pensar antes de abrir la boca. ¡Qué pocas personas tienen esa virtud!

Recordemos a Cristo. En los evangelios, encontramos como lo acosaban con preguntas y como respondía. En El, hubo siempre el arte de la respuesta, en sus inquisidores, el deseo de confundirlo.

No tengamos miedo de preguntar. El mundo necesita de gente que sepa preguntar. Sobran los que se pasan los años respondiendo, aunque no les pregunten nada, ejemplo de ello hay en los malos políticos, que antes que respirar, producen declaraciones para todo.

El sabio observa, pregunta, medita. El necio, habla, obra sin base y confunde a quienes lo rodean. Para preguntar, necesitamos algo de humildad, puesto que si lo hacemos sinceramente, confesamos no saber lo que preguntamos. Y en el mundo actual todos lo sabemos todo. La "Tecnología" es una ciencia que dominamos desde que tenemos no uso de razón, sino uso de vanidad. Y como buenos "todólogos", de cada diez cosas que sabemos, nueve están equivocadas.

Preguntar es noble. Sepamos hacerlo con honestidad, con claridad y a quien corresponda. De las respuestas que escuchemos se enriquecerá nuestra vida.

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