El Silencio Que Habla

Cuando éramos pequeños, los mayores siempre nos decían: ¡Niño, cállate la boca!

Nunca entendimos por qué. Callarnos de niños era un tormento, para nosotros, parlanchines naturales, cotorros espontáneos, conversadores suficientes desde el uso de razón. Pero los mayores insistían en callarnos.

Y cuando ya somos mayores. Nos callamos solos. Porque a través de la vida, vamos entendiendo que el silencio, en verdad, habla. Y dice palabras que el alma entiende sin necesidad de sílabas, letras, frases o gritos.

El silencio nos habla en los ojos del que nos pide un favor. En el cuarto del que agoniza. En el tribunal, junto al reo que espera escuchar su condena. En la carta de una madre que suplica comprensión a un hijo ingrato. El silencio habla en la alta noche, cuando la ciudad hace inventario de ambiciones y esperanzas. En el humo del cigarrillo del condenado a varios años de prisión. En el llanto de un niño que no entiende por qué su hambre de amor se llama destino de ser pobre. En la sonrisa amarga de la prostituta que descubre desde su infierno la soledad del hombre.

Sí, el silencio nos habla. Aprendamos a escuchar su profunda filosofía cuando lo descubramos. Porque en este mundo en el que el ruido es el oxígeno falso de nuestro cerebro, el silencio es como un váho de auténtica riqueza interior. Busquemos al silencio. Es el padre de nuestra sinceridad perdida. El hermano mayor de nuestra alma confusa. El hijo pródigo de nuestra ansia de vida cotidiana.

El silencio nos habla. Escuchémosle con el corazón abierto y el espíritu lleno de valor, porque lo que nos dice es grave, hiriente y terrible.

Pero también es hondo; luminoso y necesario para vivir mejor.


La Loca de la Casa
Don Benito Pérez Galdós escribió una obra titulada así. Con el tiempo, otro autor afirmó que la loca de la casa, en la vida nuestra era la imaginación.

Fecunda, maravillosa, incontrolable y en ocasiones terrible, así es la imaginación. Basta una ligera impresión para que se desate y entreteja fábulas increíbles. Imaginación viene de imagen. Y con imágenes nuestro pensamiento logra dar pasos seguros hacia la construcción de nuestro mundo interno. Tenemos la imagen del cielo. La de un águila. La de una liebre corriendo en la tierra. La secuencia que enlaza es : El águila desciende del cielo y atrapa rauda a la liebre que intenta huir asustada, entre los surcos.

La imaginación, como todo en esta vida, tiene dos vertientes: La que está llena de luz y creatividad y la que está repleta de sombras y angustias.

Es de noche. No logramos conciliar el sueño. Y nuestra imaginación vuela y no precisamente hacia el terreno del ensueño. Vuela hacia los negros presentimientos. Hacia problemas atroces. Los ligeros ruidos a nuestro alrededor, ruidos naturales, la imaginación los convierte en asechanzas, sobresaltos, amenazas... ¡Ahí está la loca de la casa!

Alguien tuvo ideas: Recordó la aguja para coser, el cuerno trompeta que usaban los medio sordos para amplificar el sonido. La cuerda de los relojes que mueven el mecanismo. La cera que es impresionable. La voz humana. Y ese alguien -Edison, para más señas- reunió con mucha imaginación esas ideas y realizó el fonógrafo. ¡Ahí estuvo otra vez la loca de la casa!

Es la imaginación una fuerza ciega en nuestro interior. Tan ciega como la fuerza de un torrente que arrasa caseríos o que, dominado, crea electricidad para todo un pueblo.

Eduquemos, encaucemos. Orientemos nuestra imaginación. Y será locura constructiva, no escalón para nuestro temor infundado...


La Envidia
Extraña sensación humana, que se apodera de nosotros enfrente del bien ajeno, causándonos una zozobra inexplicable. Actitud que nos hace apretar los dientes y murmurar por dentro: "Bah, fulano no se merece eso... Fulana no se por qué recibió ese beneficio... ¿De dónde sacan que zutano es digno de tal cosa...?  Bueno... suerte tienen los que no van a misa..."

¡Cuidado!  La envidia es como el salitre. Penetra insensiblemente, hace daño sin que nos demos cuenta y para cuando queremos detener todo, ya los cimientos de la casa están deshechos. Las paredes endebles y el techo a punto de derrumbarse.

Los psicólogos dicen que la envidia es un sentimiento enfermizo provocado por una frustración infantil. Con los años, se convierte en un peligroso movimiento psíquico que es capaz hasta de desarrollar infartos. Y es que las emociones son el dinamismo del alma. Y la envidia es una emoción al fin. Pero emoción negativa y terrible, que penetra como el veneno de ciertas víboras, en forma simple pero mortal.

En Brasil, los indios usan cerbatanas con pequeñas agujas mojadas en curare, una sustancia venenosísima que ellos elaboran a propósito. Cuando alguien recibe un pequeño piquete, no le da importancia. Pero sea animal o persona, al poco tiempo siente una parálisis progresiva que lo pone al borde de la muerte. ¡Qué gran similitud con los ataques de la envidia!

"Si la envidia fuera tiña, cuantos tiñosos habría"... Dice el refrán. Y dice bien, porque ninguno de nosotros está exento de ella.  La envidia es tan normal como lo puede ser el hambre o el calor. Lo importante es que no se haga normal en nosotros aceptar sus resultados. Hasta la Biblia habla de la "santa envidia" que conduce a luchar por el bien que obtuvo el otro, sin menoscabo de la tranquilidad espiritual.

No le pongamos capucha a nuestra alma. Si somos propensos a envidiar, seamos propensos a superar. De ello saldrán incalculables frutos. Que nuestra envidia la despierten los fuertes, los grandes, los genios, los generosos.

¡Y que tengamos la decisión de imitarlos para obtener el bien que ellos han conquistado!


El Lenguaje Humano
No, no todo son palabras. Aunque lenguaje tenga su origen en "lengua", podemos decir que se habla con muchas otras formas de comunicación personal.

El gesto. La mirada. El silencio. ¡Cuántas veces un gesto ha decidido la suerte de una vida! ¡Cuántas veces una sola mirada ha salvado una existencia humana! Y cuántas, un oportuno silencio ha dicho más que un millón de palabras fuera de su sitio...

El lenguaje humano se ha multiplicado. Las ideas que encierran las palabras, han buscado otros medios de exhibición. Hay un lenguaje musical, que, basándose en siete notas, ha expresado miles de estados sentimentales. Hay un lenguaje pictórico, que, valiéndose de siete colores, ha plasmado cientos de momentos anímicos, para que los comprendan los demás. El gesto, a través del rostro o del cuerpo, ha dicho en ocasiones cosas que las palabras no alcanzarían a decir...

El hombre, han dicho los investigadores, habla, balbucea, bufa, canta, cuchichea, chista, charla, dice, ganguea, gime, grita, gruñe, murmulla, musita, se queja, refunfuña, resopla, rezonga, ruge, silva, solloza, tartamudea, tararea, vocifera... y... ¡Calla!

Quizá, al callar, el hombre habla más de lo que se imagina. Porque el silencio es también un don de Dios que pocos aprovechan. Es el lenguaje más difícil y a la vez, el más importante y personal. Quien sabe hablar a tiempo podrá ser un genio, pero quien calle a tiempo, se coloca más allá de la vida y de la muerte.

Cultivemos sabiamente este lenguaje tan extraño a nuestro siglo. Cultivemos el silencio, padre de las ideas, hijo de la santidad, principio del amor y camino verdadero de la sabiduría.

Recordemos el proverbio chino: "La palabra que puede ser pronunciada, no es la palabra perfecta".


El Valor de un Minuto
Si, en nuestra vida son tantos, que no sabemos casi nunca cómo los vivimos... Son los minutos. En una hora, hay sesenta, en un día, mil cuatrocientos cuarenta, en un mes de treinta días, cuarenta y tres mil doscientos. En un año quinientos veinticinco mil seiscientos, minuto más, minuto menos... Y en los cincuenta años que puede tener ahora la mita de una vida, ¿Cuántos minutos hay...? Veintiséis millones doscientos ochenta mil. Son tantos...

Un minuto.

Una astilla del tronco milenario del tiempo. Sesenta segundos que se van así, en un parpadeo. Mientras elaboramos un suspiro. O planeamos una encendida lágrima. O mascullamos un infantil reproche a la existencia. O mientras soñamos cómo debería ser lo que ya es irremediable.

Son como lluvia de estrellas fugaces, invisibles en plena luz del día.

Y como gotas de lluvia que jamás vemos, en la alta noche de nuestra soledad:

Minutos, las astillas del tiempo, que centellean en cada célula de nuestro cuerpo, que se disuelven para no aparecer jamás. Decía el refrán: "El tiempo perdido, los santos lo lloran..."

Nacemos en un minuto, en un minuto gozamos quizá lo equivalente a todo un año de amargura, en un minuto podemos estar en riesgo de morir. Y en un minuto, más o menos, nuestra alma se decidirá a dejar su cárcel, buscando la libertad que le pertenece, la atmósfera inevitable, la ubicación definitiva y escalofriantemente luminosa de la eternidad.

Un minuto. Puede ser un segundo o un siglo, para quien lo disfruta o para quien lo padece. Pero astronómicamente, es un minuto. Y podemos hacer de él lo que queramos. De los miles de minutos de este día ¿dedicaremos alguno a una verdadera sonrisa...?  ¿Podremos gastar otro en una contemplación amorosa y sincera del prójimo...? ¿Nos atreveremos a derrochar otro en una buena acción...? Entonces, estamos en un buen camino.

Porque esos tres minutos diarios de cada día, puede ser una liberación definitiva.

El Arte de Perder Amigos
Hay por ahí muchos libros que hablan de cómo ganar amigos, pero nadie, creo yo, se ha puesto a escribir una serie de indicaciones para perderlos. Y lamentablemente, es lo más común que hacemos: Perder amistades o posibles amistades, en vez de ganar otras.

¿Cómo perder amigos? ¡Muy sencillo! Empiece por pensar  y sentir que eres lo más importante del mundo, que tu opinión es la que verdaderamente vale, que la última palabra debes decirla tu. Es un primer recurso que no falla.

Seguimos: Trata a la gente por su apariencia, no por su decencia. En cuanto veas a alguien que no va vestido a la moda o con elegancia, identifícalo como un ser inferior. Insiste en enseñar cuanta joya tengas a la mano, aunque con la inseguridad no se puede, aunque alardea de lo que tienes. Y sobre todo, has un gesto de incomodidad cuando alguien pida naturalidad, mientras lo que se busca es pretensión.

Ideas para que las mujeres se queden solas: No paren de hablar de las vecinas o compañeras de trabajo, y sobre todo, hablar mal, que es lo sabroso. Echen palabrería sobre sus maneras de vestir y de vivir. Deléitense en lo barato del maquillaje, en lo torcido de las piernas, en lo tonto del peinado. ¡Muchachas! Vayan quedándose solas cuanto antes, fabricando el chisme del momento y atribuyéndoselo a todo mundo. ¡Es tan divertido!

Pierde amigos engañando siempre. Predica una cosa y has otra. Presume de cristiano y trates con la punta del pie al prójimo. Di cuando menos tres mentiras diarias, piensa mal de cuanta gente te rodea y quéjate de tus superiores, sobre todo cuando no haces bien el trabajo por el que te pagan.

Eso, amigos míos. ¡Vamos a perder amigos! Es un oficio fácil, sencillo, alegre y gemelo del "ahí se va" que gobierna nuestras vidas. Vamos a sentir que somos lo más grande del mundo, hasta que la soledad contraiga matrimonio con nuestro espíritu. ¡Pobre espíritu nuestro, huérfano de amor gracias a la práctica diaria del egoísmo y la vanidad!

Pobre espíritu nuestro que se especializa a veces en perder amigos. Reflexionemos, antes de que sea tarde...

Nuestros Oficios
Un oficio es una ocupación que tiende a perfeccionarse, un trabajo que se realiza con conocimiento de causa y buscando una realización adecuada. Todos en esta vida desarrollamos diferentes oficios, todos estamos obligados a saber cuál es sobre la tierra nuestro verdadero oficio.

Oficiar es vivir, convivir, sobrevivir. El oficio mas humilde merece el respeto más grande. Cuando se es barrendero o Presidente, cuando se es cirujano, lavaplatos, cuando se es madre de familia o embajadora, todo ser sintetiza en hacer bien las cosas que uno hace.

¿Qué oficio tienes tu? ¿Acaso eres el buscador de oficios? ¿Ya sabes que hacer bien y que no hacer en esta vida?¿Pintas bien la pared que te encargaron? ¿Escribes bien la palabra que pensabas? ¿Sonríes o regañas como debe de ser?

Un oficio tras mucho practicarse  puede llegar a ser una verdadera profesión. Empiezas por clavar clavos y cortar madera. Continúas haciendo  bancos , mesas y  sillas. Y si tu capacidad y tu inquietud lo justifican, acabarás realizando obras de arte con la madera. De carpintero de ebanista a escultor o diseñador de maravillosas construcciones artísticas.

Yo conozco a muchos que han empezado cuidando cabras, barriendo pisos, abriendo y cerrando puertas, lavando ropa o pintando paredes, que, gracias a desarrollar perseverantemente la gracia de su oficio han llegado a ser gente grande, gente enorme, gente llena de luz para sí misma y para sus semejantes. En mis ratos de tristeza o depresión, evoco y recuerdo a esos humildes que día tras día construyeron su vida a base de trabajo, silencio y amor.

No importa lo que tu hagas, hazlo bien, haz lo que haces, concéntrate en que si partes piedras, se partan bien, si lavas perros se laven bien, si guisas algo, se guise bien. No te imaginas los buenos resultados que significan millares de días oscuros al servicio de algo tan sencillo y tan común como un oficio diario.

Si estudias, estudia bien, si enseñas, hazlo con todo el amor del mundo. No importa quién seas ni en dónde estés, hay un prójimo que espera de tu oficio algo positivo y hermoso. Y si estás en la completa soledad recuerda que siempre hay otro a quien beneficiar. Ese otro eres tú mismo, el que merece un respeto que se subraya interminablemente por todo lo que llega a sufrir en busca de su redención.

Cuida tu oficio y recuerda que si lo dominas serás fuerte y pensarás claro. No olvides la verdad del adagio: "Ni abajo del mundo ni arriba de la ley, que cada quien en su oficio es rey".

Los Locos Que Han Tenido La Razón
Generalmente consideramos que la locura es un azote de la humanidad.

Los que pierden la razón, se privan de nuestra compañía, se deben de aislar y son peligrosos. En la antigüedad, eran posesos, malditos, enajenados diabólicos. En la actualidad, sólo enfermos.

Pero hay un cierto tipo de locura que lejos de destruir la razón, la ilumina. Una locura feliz, que se desata en el hombre o la mujer, locura que no es agresiva, sino extraña mezcla de obsesión y esperanza.

Esa locura es la que padecen los héroes, los santos, los descubridores, los poetas, las almas arrebatadas por algún ideal sobrehumano o por alguna chispa interior que se convierte en fuego sagrado y sublime.

Estos locos han sido los que a través de la historia, han tenido la razón mientras los demás los acusaban de perderla. Y ellas o ellos, han dado al mundo, al final de su camino, nuevo impulso mágico y luminoso. Su locura ha invadido los siglos y los años, para dejar una huella de bondad, de justicia, de ciencia, verdad o belleza.

Buda, Sócrates, Juana de Arco, Shakespeare, Beethoven, Pasteur, Francisco de Asís, Dante, Colón, Bolívar, Picasso y tantos cientos más que lucharon por una idea, por un amor, por una sublime esperanza, fueron tarde o temprano señalados: "Está loco... Con esas ideas no llegará a ningún lado..."

Y llegaron a la historia, al mismo corazón de la humanidad que se reía de ellos. Fue su locura la razón más increíble, fue su deseo al soportar las sonrisas de piedad o burla, dejarle a la gente común una lección difícil "Para llegar a un ideal, es necesaria una poca de locura..."

Ellos tienen la razón. Los que renuncian a todo para seguir a Dios, los que no comen o duermen buscando una verdad, los que en aras de un poema o de una melodía, pierden el sentido de la realidad, los que se entregan al amor de su prójimo, olvidando sus propios amores pasajeros.

Locos de atar. Pero maravillosamente necesarios. Benditos ellos, que se escapan de una realidad trivial y triste, para gritarle al mundo que la razón hay que perderla para tenerla al fin. Cierto, muy cierto lo que afirma Chesterton: "Loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, menos la razón."