viernes, 17 de julio de 2015

Mi hijo el actor


Un buen día, hace años, me dijo seriamente mirándome a los ojos:

"Papá, yo quiero ser actor..." Su adolescencia resplandecía en su alma encauzándose a una ilusión precisa: Ser actor. "Está bien, (le dije), pero procura ser un buen actor, algo de lo que estés contento. Es tu vida la que vives..."

Y detrás de aquella sencilla frase hubo una entrega al estudio, a la reflexión, a la vocación de vivir otras vidas buscándose la propia, deshaciendo su activo yo en el fuego de una vivencia ajena, de un perfil extraño, de un espíritu que por unas horas y frente al público, se olvida de sí mismo para darse a la poesía de los fantasmas personajes.

Es difícil actuar bien, después que sabemos que la vida es la comedia mejor hecha y sin querer, y el lo sabe perfectamente. Difícil actuar ante tanto profesional de la máscara, ante tanto talento del gesto y ademán prestado. Difícil desdoblarse con sinceridad en el otro que es lo que se ansía, el personaje que encarna irremediable, para desparramarse ante las luces y las sombras de una escena. Pero es necesario, hay que hacerlo bien, hay que actuar, dando vida, a lo que sólo flota en la imaginación.

A veces me dice que su vocación es un trabajo como cualquiera. No puedo convencerme de ello. Es un trabajo extraño, mitad mágico y mitad diabólico, parte en gracia divina y parte en vibración ultraterrena.

Ser actor es definirse hacia la inmortalidad, sabiéndose mortal. Ser actor es dar carne, voz, ademán y momento a lo que regresa de un más allá, llámese olvido, muerte, fantasía o... silencio.

Un duro oficio, hijo. El de ir ensayando máscaras y máscaras, hasta dar con la definitiva, la que no necesita maquillaje, porque es la piel, la carne y el ser propios. Hermoso oficio el tuyo, que tiene un fin sin encontrar final.

De cuando en cuando, acuérdate de algunos personajes: Aquellos que ya no interpretarás jamás. Ellos tienen tu rostro en el paisaje gris del olvido y sueñan con volver a ser. Pide por ellos alguna vez, oyendo los aplausos nacidos para el que estás interpretando ahora.

Y desde luego, no olvides: pase lo que pase, la función debe seguir...


La Curiosidad
No es ni virtud ni defecto, tampoco es ciencia o prodigioso deslumbramiento. Ni vale tanto como la inteligencia ni tan poco como el olvido. Es tan pequeña como una estrella fugaz y tan grande como el destino de cualquier hombre. Es... la curiosidad.

Si abrimos un diccionario nos la encontramos como "deseo de ver, deseo de conocer". Si abrimos el alma, será relámpago instantáneo, fulgor interno, zozobra mínima de incalculables dimensiones. La curiosidad tiene una gran historia, que empieza con Adán y Eva y no termina jamás. Ahora mismo y sin querer, estamos curioseando, deseando saber, queriendo conocer.

Ha llevado a las almas al martirio. ¡Divina curiosidad la que han padecido los santos por la eternidad! Ha arrastrado al cerebro a la ciencia. Nunca será colmada, siempre estará insatisfecha. Y ha entablado duelo de por vida con la razón, con la lógica, con el no puede ser, con todo aquello que significa un paso al infinito de la existencia y del amor.

¿No fue curiosidad la que nos acercó a nuestro primer amor...? ¿Fue o no la curiosidad la que nos atrajo los primeros desencantos...? Curiosidad fue también la que excitó nuestra imaginación por ese lugar desconocido, por esa cosa extraña, por ese camino triste del primer pecado o por esa senda luminosa del primer arrepentimiento...

Adisson afirmó que la curiosidad es la pasión de las almas pequeñas. Einstein aseguró, No tengo talentos especiales, pero si soy profundamente curioso y su curiosidad lo llevó a ser un genio. Vico, afirmaba: La curiosidad es la hija de la ignorancia y madre de la ciencia... Hay quienes la catalogan como vicio, otros como necesidad extrema para que el hombre avance. Blas Pascal decía que la principal enfermedad del hombre es la curiosidad por las cosas que no pueden conocerse.

Que no nos corroa la exageración. Que no nos empequeñezca el defecto. Hagamos de la curiosidad una herramienta diaria para el hallazgo de lo propio, de lo necesario, de lo vital. Eva mordió aquella manzana por curiosidad, también por curiosidad Einstein desarrolló su teoría de lo relativo. Y curiosos fueron los profetas y curiosos serán los genios. Ya decía Friedrich Nietzche: Pues hasta la curiosidad y el espanto terminan por cansarse, y añadiríamos también: Las cosas más curiosas de este mundo son:

       La Justicia, la política y... la policía.

       ¿Qué curioso... verdad...?






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