viernes, 6 de diciembre de 2013

Quien Educa a los Padres

Es idea generalmente aceptada que los padres eduquen a los hijos. pero ¿quién educa a los padres? parecerá absurda la pregunta, pero debemos de ir pensando en alguna respuesta práctica. Los padres nuevos, desorientados y ocupadísimos. Los padres antiguos, con otra perspectiva de la vida, marginados quizá en la opinión afectiva de los hijos.

aunque no sea muy científico generalizar, es válidamente humano decir que en cada hogar, hay un problema con los hijos. Y ellos responden con rebeldía, evasión conflicto o soledad a la incomunicación con los padres.

Somos los padres responsables de  los hijos, pero no sólo en accidente biológico "por Voluntad de Dios", sino en aceptación de amor y  compañía. Por eso, aislarnos de ellos y creer que la escuela los educa, es caer en un riesgo admirable: El de que nuestros hijos sean tan educados como desconocidos para nuestra calidad de autores o responsables de su existencia.

Cuántos padres repiten el pequeño drama de la violencia que lleva la tragedia. Cuántas madres urgidas por la necesidad, dejan a los hijos a su buena suerte la mayor parte del día. El ausentismo del padre en el hogar y la impotencia de la madre para controlarlo, acarrean para los hijos catástrofes internas que se reflejan en la escuela, en sus relaciones afectivas y hasta matrimoniales futuras.

Urge que los padres encontremos una manera de educarles, no en el sentido escolar de tomar cursos, sino de enterarnos con la debida orientación para dialogar con los hijos e interpretarlos adecuadamente. Esa manera de darnos cuenta a ellos. Recordar como padres que somos, que la autoridad no se impone en el hogar, se merece. Imponerla ciegamente es invitar a la rebelión. Merecerla inteligentemente, es convivir y enseñar a  vivir.

¿No nos creemos muchos padres la última palabra en sabiduría y en educación hogareña, ignorando la realidad de nuestros días? Acaso es así. Exigimos todo un tratado de obediencia sin saber nosotros siquiera una verdadera palabra de amor.

Si queremos en verdad a nuestros hijos, instruyámonos en una y otra forma, reflexionando siquiera, en la forma de comprenderlos. Démosnos cuenta de que una cosa es el orden y el otro el pánico creado para imponerlo.








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