miércoles, 27 de agosto de 2025

 

A DONDE IRA LA GENTE.

Hace todavía 25 años cualquier joven soñaba con hacer algo en la vida, para llegar a ser hasta inmortal había la idea de que trascender hacer algo para que lo recordaran a uno era lo más importante en la existencia. Pero los tiempos cambian, los jóvenes de hoy no entienden ni les interesa también lo que es la inmortalidad. Solo comprenden que el mundo les ha enseñado una sola cosa: Dime cuanto tienes y te diré cuanto vales. Esta equivocada manera de mirar la vida ya se afianzó, ya echo raíces en la sociedad en las personas y en las conciencias. Los valores materiales llámense dinero, poder popularidad o influencias son las nuevas llaves las nuevas metas para un futuro inmediato se piensa que a partir de unos cuantos años quien tenga más cosas o más poder o más dinero o mas influencias ese será el que verdaderamente valga la pena. Podríamos dudar de esto claro porque así como hay un arrollador deseo de dólares de sexo comodidades diversión drogas también hay todavía quienes se sienten dentro de sí con un jalón interno: El jalón de la espiritualidad ese chispazo del alma que se llama ideal y que busca cosas aparentemente raras pero muy verdaderas conocerse a sí mismo desentrañar los misterios de la mente recuperar el silencio para los ratos libres escudriñar libros que te digan cómo entenderte o como integrar tu poder interno todos son caminos que se pueden iniciar en las librerías del mundo en la actualidad han descendido aparatosamente las ventas de las publicaciones cuyos títulos fueron muy famosos hasta hace poco como ganar millones en un año piense y hágase rico la personalidad del millón de dólares camina rápido a la riqueza y tantos mas ahora están vendiéndose por toneladas libros que tratan temas como autorrealización en busca de tu verdadera alma el poder divino del amor humano ¿oye sabes quién eres tú? La magia de pensar en grande y otras cosas que poco tienen que ver con la chequera del banco, la bolsa de valores o los placeres económicos o sexuales.

la gente amigos nuestros creemos que está retornando a si misma son ciclos que la humanidad ha padecido y observado durante cientos de años. Y por fin está empezando a reflexionar en lo esencial de nuestra existencia. Pensamos ahora que la gente esta encontrándose a sí misma para que la vida tenga un sentido al alcance de quienes buscan la paz interior.





miércoles, 3 de agosto de 2016

La Lección del Fracaso


Si, es cierto, siempre aspiramos hacia el triunfo, pero a veces... Fracasamos.

Y no es que nos persiga el destino o se cumpla una maldición, ose cierna sobre nosotros un terrible castigo, simplemente, eso, fracasamos.

En el amor, en el negocio, en el juego... podemos fracasar. Porque eso es parte del aprendizaje de nuestra existencia, de nuestra diaria sorpresa de vivir. No poder lograr lo que deseábamos, no cuajar aquel proyecto, sentir que se nos va esa oportunidad.

¡Bendito sea el fracaso!

Pero no el permanente y desalentador, sino el que nos sirve para ver más alto, pensar más hondo, sentir más claro. Bendito el fracaso que nos da la oportunidad de sentirnos más humanos, más humildes, más cercanos a la sencillez necesaria de los grandes que en el mundo han sido.

Fracasaron muchos antes que nosotros. Fracasó Leonardo Da Vinci: No pudo construir un aeroplano... Fracasó Dante, no logró conquistar a Beatriz, Fracasó también Cristóbal Colón, regreso a España cargado de cadenas y la tierra que descubrió lleva otro nombre... También fracasó Beethoven. Su Novena Sinfonía la compuso casi en la miseria y jamás la escuchó, ya estaba totalmente sordo.

Pero todos esos fracasos fueron aparentes. Porque dejaron la semilla de un triunfo maravilloso sobre el tiempo y el espacio. Gracias a ellos floreció la verdad, al paso de los años.

Esa lección del fracaso. Cuando se enfrenta uno con sinceridad a él, florece en beneficios de experiencia, fortaleza y energía nueva e inagotable. Los grandes fracasos de la historia son deslumbrantes.

Aprendamos de ellos. Nuestros "fracasos" cotidianos pueden ser no sombras llorosas, sino chispas de verdadera luz.





viernes, 17 de julio de 2015

Mi hijo el actor


Un buen día, hace años, me dijo seriamente mirándome a los ojos:

"Papá, yo quiero ser actor..." Su adolescencia resplandecía en su alma encauzándose a una ilusión precisa: Ser actor. "Está bien, (le dije), pero procura ser un buen actor, algo de lo que estés contento. Es tu vida la que vives..."

Y detrás de aquella sencilla frase hubo una entrega al estudio, a la reflexión, a la vocación de vivir otras vidas buscándose la propia, deshaciendo su activo yo en el fuego de una vivencia ajena, de un perfil extraño, de un espíritu que por unas horas y frente al público, se olvida de sí mismo para darse a la poesía de los fantasmas personajes.

Es difícil actuar bien, después que sabemos que la vida es la comedia mejor hecha y sin querer, y el lo sabe perfectamente. Difícil actuar ante tanto profesional de la máscara, ante tanto talento del gesto y ademán prestado. Difícil desdoblarse con sinceridad en el otro que es lo que se ansía, el personaje que encarna irremediable, para desparramarse ante las luces y las sombras de una escena. Pero es necesario, hay que hacerlo bien, hay que actuar, dando vida, a lo que sólo flota en la imaginación.

A veces me dice que su vocación es un trabajo como cualquiera. No puedo convencerme de ello. Es un trabajo extraño, mitad mágico y mitad diabólico, parte en gracia divina y parte en vibración ultraterrena.

Ser actor es definirse hacia la inmortalidad, sabiéndose mortal. Ser actor es dar carne, voz, ademán y momento a lo que regresa de un más allá, llámese olvido, muerte, fantasía o... silencio.

Un duro oficio, hijo. El de ir ensayando máscaras y máscaras, hasta dar con la definitiva, la que no necesita maquillaje, porque es la piel, la carne y el ser propios. Hermoso oficio el tuyo, que tiene un fin sin encontrar final.

De cuando en cuando, acuérdate de algunos personajes: Aquellos que ya no interpretarás jamás. Ellos tienen tu rostro en el paisaje gris del olvido y sueñan con volver a ser. Pide por ellos alguna vez, oyendo los aplausos nacidos para el que estás interpretando ahora.

Y desde luego, no olvides: pase lo que pase, la función debe seguir...


La Curiosidad
No es ni virtud ni defecto, tampoco es ciencia o prodigioso deslumbramiento. Ni vale tanto como la inteligencia ni tan poco como el olvido. Es tan pequeña como una estrella fugaz y tan grande como el destino de cualquier hombre. Es... la curiosidad.

Si abrimos un diccionario nos la encontramos como "deseo de ver, deseo de conocer". Si abrimos el alma, será relámpago instantáneo, fulgor interno, zozobra mínima de incalculables dimensiones. La curiosidad tiene una gran historia, que empieza con Adán y Eva y no termina jamás. Ahora mismo y sin querer, estamos curioseando, deseando saber, queriendo conocer.

Ha llevado a las almas al martirio. ¡Divina curiosidad la que han padecido los santos por la eternidad! Ha arrastrado al cerebro a la ciencia. Nunca será colmada, siempre estará insatisfecha. Y ha entablado duelo de por vida con la razón, con la lógica, con el no puede ser, con todo aquello que significa un paso al infinito de la existencia y del amor.

¿No fue curiosidad la que nos acercó a nuestro primer amor...? ¿Fue o no la curiosidad la que nos atrajo los primeros desencantos...? Curiosidad fue también la que excitó nuestra imaginación por ese lugar desconocido, por esa cosa extraña, por ese camino triste del primer pecado o por esa senda luminosa del primer arrepentimiento...

Adisson afirmó que la curiosidad es la pasión de las almas pequeñas. Einstein aseguró, No tengo talentos especiales, pero si soy profundamente curioso y su curiosidad lo llevó a ser un genio. Vico, afirmaba: La curiosidad es la hija de la ignorancia y madre de la ciencia... Hay quienes la catalogan como vicio, otros como necesidad extrema para que el hombre avance. Blas Pascal decía que la principal enfermedad del hombre es la curiosidad por las cosas que no pueden conocerse.

Que no nos corroa la exageración. Que no nos empequeñezca el defecto. Hagamos de la curiosidad una herramienta diaria para el hallazgo de lo propio, de lo necesario, de lo vital. Eva mordió aquella manzana por curiosidad, también por curiosidad Einstein desarrolló su teoría de lo relativo. Y curiosos fueron los profetas y curiosos serán los genios. Ya decía Friedrich Nietzche: Pues hasta la curiosidad y el espanto terminan por cansarse, y añadiríamos también: Las cosas más curiosas de este mundo son:

       La Justicia, la política y... la policía.

       ¿Qué curioso... verdad...?






viernes, 2 de enero de 2015

La Palabra Pueblo


La Palabra Pueblo

Nada tan peligroso en la actualidad como el manejo de esta palabra... Pueblo, calificado demagógicamente, es dinamita. Políticamente, es demagogia. Y en realidad, es tan cotidiano su significado como lo es el de las piedras del campo, las hojas de los árboles o las estrellas del cosmos. Pueblo es lo que está sobre la tierra y es inteligente. Pueblo es cada una de estas gentes que viajan, están, sobreviven, agonizan o vegetan en ciudades, villas o pequeñas aldeas. Pueblo somos tú y yo, quienesquiera que seamos. Y no hay por qué tenerle miedo a una palabra que nos identifica, que nos limita, que nos define y que nos compromete. 

Hasta hace algunos años, hablar del pueblo era hablar de "La Chusma". De "La Broza". De toda capa inferior en la sociedad. Y este concepto se endureció, al grado de crear castas privilegiadas y seres intocables, que cobra multitudes anónimas y existencias amorfas. 

Se nos olvida a veces que el noventa y cinco por ciento, cuando menos de los seres que han valido la pena en el planeta, no nacieron en pañales de seda. Provenían de una cuna humilde, lugar común del genio, del eterno inconforme, del generador de ideas, emociones y decisiones trascendentes. 

Pueblo era Mahoma, Sócrates, Jesús de Nazareth, Esopo, San Pedro, por no mencionar más que a unos cuantos. Unos dejaron su mensaje de amor, otros de sabiduría. Todos, de humanidad. Cervantes, Shakespeare,  Miguel Ángel, Beethoven, Walt Withman. Pueblo, los genios de este siglo, la mayoría siempre. Y los que nacieron en la abundancia, generalmente la abandonaron para hacerse simples, como las gentes comunes, Einstein, sin ir más lejos. 

Si somos pueblo, somos libertad y responsabilidad al mismo tiempo. Libertad para ejercer nuestra vida suprema, responsabilidad para invitar a otros a ser como nosotros. 

De ahí que si nos volvemos miserables y mediocres, traicionaremos a aquellos que son menos que nosotros, pero que merecen más y necesitan tenerlo. 

jueves, 19 de junio de 2014

La Diaria Covivencia

Adoptar un niño

Hace días aprendí algo más. Alguien me decía casi inocentemente: "Fíjate que fulano, adoptó un niño..." 

Detrás de esta frase hay tal contenido de humanidad y trascendencia, que pensé dedicarle tres minutos al día. Hoy lo hago. Mi admiración sincera para quien pudiendo o no tener descendencia elige un ser y lo lleva ante la ley para decir: "Lo quiero, me hago responsable de él. Lo llamaré hijo de hoy en adelante. Lo reconozco ante mí y ante todos, como entraña, como posesión y como descendencia. Lo adopto y le entrego parte de mi existencia entera..."

Es conmovedor que nazca un niño. Pero más conmovedor que haya nacido con un probable destino incierto y que alguien se haga responsable de él.  Nacer, pienso yo, es un mero resultado biológico. Crecer, educar, realizar como esencia humana a una criatura, eso es verdadera paternidad íntegra. 

Porque conozco padres cuyos hijos están por ahí, con apellido solamente. Son hijos de membrete, sin costumbres paralelas, sin afectos entregados, sin más categoría de hijos que un simple acto biológico y tiempo de por medio. Ser padre, creo, no es dar vida solamente, es entregar una forma de vivir, enseñar a caminar con los pies y con el alma, educar a los ojos para que verdaderamente se asome el espíritu propio, al mundo en que vivimos.

¡Que dura, qué difícil, que complicada y qué exigente es la paternidad! Y no hablemos de la responsable que nos disparan desde campañas publicitarias. Hablemos de la paternidad verdadera, de aquella que encierra no un montón de células más que lloran, sino la paternidad que guarda la vocación de dar, de sostener, de cultivar el alma, para decir "Te quiero".

La adopción tiene sus normas, sus condiciones, sus preceptos. Pero lo más admirable es la voluntad de aceptarla. Generalmente nos perdemos en el deslumbramiento del parto materno y nos quedamos festejándolo toda la vida. Y para quien ha estado vigilante, solícito y disponible en la necesidad  cotidiana, para el padre, poco decimos siempre.

Para ti, que adoptaste ese niño, amigo mío, mi admiración sin límite. Porque demuestra la voluntad de amar en definida forma. Y al reconocer como hijo a ese ser indefenso, te ennobleces y comprometes para siempre. En ti, la categoría de padre encuentra su más desinteresada y entrañable expresión.

La diaria convivencia

¡Qué difícil es perdonar los defectos del prójimo, si queremos ser virtuosos!

Siempre los demás tienen la culpa. Son impacientes. Son tercos. Son agresivos. Son avaros. Son esto. Y aquello.

Nosotros somos los comprensivos. Los generosos. Los cordiales. Los pacientes y agradecidos. Los sufridos.

¡Cuidado!

Estamos cometiendo una falta grave y tonta. La que cometen desde hace miles de años los que no son mansos y humildes de corazón. Estamos viendo "la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio..."

Nos hemos puesto a pensar ¿por qué...? Por una sencilla razón:
No sabemos convivir.

Eso. No sabemos compartir con los que nos rodean, virtudes y defectos. Por eso batallamos más. Porque si supiéramos descifrar el secreto de la convivencia, no viviríamos amenazados por la amargura y el resentimiento. Seríamos tratables, corteses, comprensivos. Y hasta afectuosos. 

Convivir es pasar el día, las horas, los momentos, en franca idea de compartir. Debe entender. De olvidar y de soñar un poco que podemos ser mejores. La convivencia no es fórmula secreta, es razón vital que hay que poner en práctica.

El vecino tiene un apuro: le ayudamos. Un desconocido sufre un accidente: lo auxiliamos. Una mujer pide una caridad: buscamos solucionar su problema. Alguien nos saluda sin conocernos. Correspondemos amablemente. Otros nos fastidian. Les tenemos paciencia. Otros nos pagan con celo y hasta envidia. Las perdonamos sinceramente.

Eso es convivir. Llevar la vida con el otro. Ayudándole a entender que el amor es la fuerza más grande del mundo.


El arte de preguntar

Decía el refrán antiguo: "El que pregunta, llega a Roma". Y en verdad preguntar es todo un arte.

Hay gente que en la vida se dedica a responder. Y entre más cosas responde más valor cree tener. Y hay otras gentes, que por el contrario, preguntan, preguntan. ¿Recuerdan a Sócrates? ? Era un preguntón incansable. Se salía a las calles a plazas de Atenas y no cesaba de preguntar. Al juez le preguntaba que era la justicia, al gobernante lo que era la libertad, al soldado lo que significaba la guerra y el filósofo que era el amor o la verdad.

Hasta la fecha, la técnica de Sócrates sigue válida. Porque las respuestas que provocó en los de su tiempo, resultan a veces inmortales. Porque Sócrates atenazaba a su prójimo y lo acorralaba hasta obtener una buena respuesta. Y en eso radica el arte de preguntar, en saber obtener respuestas claras.

Ante las preguntas, todos reaccionamos en diferente forma. Lo vemos todos los días. La mayor parte de nosotros respondemos en forma improvisada o trivial, cuando no en forma agresiva o equivocada. A veces, la pregunta torpe, puede provocar la respuesta más sabia. ¿Por qué? Porque quien responde saber pensar antes de abrir la boca. ¡Qué pocas personas tienen esa virtud!

Recordemos a Cristo. En los evangelios, encontramos como lo acosaban con preguntas y como respondía. En El, hubo siempre el arte de la respuesta, en sus inquisidores, el deseo de confundirlo.

No tengamos miedo de preguntar. El mundo necesita de gente que sepa preguntar. Sobran los que se pasan los años respondiendo, aunque no les pregunten nada, ejemplo de ello hay en los malos políticos, que antes que respirar, producen declaraciones para todo.

El sabio observa, pregunta, medita. El necio, habla, obra sin base y confunde a quienes lo rodean. Para preguntar, necesitamos algo de humildad, puesto que si lo hacemos sinceramente, confesamos no saber lo que preguntamos. Y en el mundo actual todos lo sabemos todo. La "Tecnología" es una ciencia que dominamos desde que tenemos no uso de razón, sino uso de vanidad. Y como buenos "todólogos", de cada diez cosas que sabemos, nueve están equivocadas.

Preguntar es noble. Sepamos hacerlo con honestidad, con claridad y a quien corresponda. De las respuestas que escuchemos se enriquecerá nuestra vida.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Quien Educa a los Padres

Es idea generalmente aceptada que los padres eduquen a los hijos. pero ¿quién educa a los padres? parecerá absurda la pregunta, pero debemos de ir pensando en alguna respuesta práctica. Los padres nuevos, desorientados y ocupadísimos. Los padres antiguos, con otra perspectiva de la vida, marginados quizá en la opinión afectiva de los hijos.

aunque no sea muy científico generalizar, es válidamente humano decir que en cada hogar, hay un problema con los hijos. Y ellos responden con rebeldía, evasión conflicto o soledad a la incomunicación con los padres.

Somos los padres responsables de  los hijos, pero no sólo en accidente biológico "por Voluntad de Dios", sino en aceptación de amor y  compañía. Por eso, aislarnos de ellos y creer que la escuela los educa, es caer en un riesgo admirable: El de que nuestros hijos sean tan educados como desconocidos para nuestra calidad de autores o responsables de su existencia.

Cuántos padres repiten el pequeño drama de la violencia que lleva la tragedia. Cuántas madres urgidas por la necesidad, dejan a los hijos a su buena suerte la mayor parte del día. El ausentismo del padre en el hogar y la impotencia de la madre para controlarlo, acarrean para los hijos catástrofes internas que se reflejan en la escuela, en sus relaciones afectivas y hasta matrimoniales futuras.

Urge que los padres encontremos una manera de educarles, no en el sentido escolar de tomar cursos, sino de enterarnos con la debida orientación para dialogar con los hijos e interpretarlos adecuadamente. Esa manera de darnos cuenta a ellos. Recordar como padres que somos, que la autoridad no se impone en el hogar, se merece. Imponerla ciegamente es invitar a la rebelión. Merecerla inteligentemente, es convivir y enseñar a  vivir.

¿No nos creemos muchos padres la última palabra en sabiduría y en educación hogareña, ignorando la realidad de nuestros días? Acaso es así. Exigimos todo un tratado de obediencia sin saber nosotros siquiera una verdadera palabra de amor.

Si queremos en verdad a nuestros hijos, instruyámonos en una y otra forma, reflexionando siquiera, en la forma de comprenderlos. Démosnos cuenta de que una cosa es el orden y el otro el pánico creado para imponerlo.








viernes, 8 de marzo de 2013

La Fuerza de la Debilidad

Esos Pobres Millonarios
Todos soñamos con tener un día un millón. Dinero, ¡dinero! Según la geografía y el tiempo, denarios, escudos, talegas, dólares, pesos, euros... Pero dinero al fin. Panacea de todos los dolores, ábrete sésamo de la justicia, llave de puertas y ventanas en la tierra, el oro impone su fuerza al compás de su deslumbramiento.

Hay una curiosa forma de vivir en el mundo, la de los millonarios. Todos nos los imaginamos felices, sonrientes, metiendo la mano a la bolsa indefinidamente o firmando cheques de una cuenta bancaria que no se agota jamás. Y los creemos los seres más afortunados de la tierra...

¡Qué equivocados estamos!

Basta investigar un poco, para saber que los millones traen consigo no sólo la fantasía del poder y de la felicidad, sino que acarrean la maldición de la intranquilidad y la angustia. El que sólo tiene millones y no tiene alma para administrarlos, vive esclavo de sus temores: La miseria, la salud, la soledad, la desconfianza.

Aquél, está deshecho de los nervios. El otro, despierta varias veces por las noches, acosado por la angustia del robo. No falta el que ve en el prójimo al enemigo que le quiere quitar todo. Y ése, el solitario, compra todas las risas ajenas, pero no encuentra la propia. Y qué me dicen de ese otro, que con su úlcera y sus dolores secretos, lleva un infierno debajo de la camisa que protege su cuenta bancaria... ¡Pobrecitos millonarios...!

Dios los ha colmado de oro, pero también de pruebas muy difíciles: Las que purificarán su espíritu del peor de los amores: El amor al fantasma más esclavizante de todos: El dinero.



Hermano: Si tienes la dicha de poseerlo todo, acuérdate de los que no tienen nada. Porque tú, con tu dinero, puedes ser más desdichado que el que pide limosna. Porque él, en su amargura, halló a Dios. Y tú estás perdiéndolo con cada billete de banco que atesoras. Si tienes, reparte entre los pobres. Así todos tus millones pueden convertirse en un centavo de amor, única moneda que se acepta como pago para entrar en el reino de la paz...

Cómo Perder el Tiempo
Desde hace años, miles de años la gente anda preocupada por saber qué es el tiempo. Libros gruesos, conferencias largas, teorías complejas, demostraciones fantásticas, todo lo hacemos para tratar de demostrar el tiempo.

Y resulta que mientras buscamos desesperadamente al tiempo, él se nos pierde, se nos escapa, se nos diluye como agua en un cedazo, como aire en la ventana, como sonido que creímos escuchar y no recordaremos nunca. Hace siglos un refrán se acuñó: El tiempo perdido los santos lo lloran. Sabia y enorme frase que si penetrara más frecuentemente en el cerebro, haría palpitar más acertadamente al corazón.

¿Quieren una receta para perder el tiempo? Hay miles y creo que tú inventas más cada día. Yo por mi parte, he practicado cientos de formas de perder el tiempo. Pero la más terrible es la que llevamos a cabo sin darnos cuenta: Matar el tiempo mientras él nos mata.

Espeluznante es la anécdota de don Juan Manuel dedicado a rondar por las noches, hace siglos, en busca de una respuesta: En un callejón y a altas horas de la noche detenía Juan Manuel al transeúnte solitario con una clara pregunta: "Perdone su merced, ¿sabe usted qué hora son?" El interrogado respondía por ejemplo: "Serán las once y cuarto". Don Juan Manuel con un extraño gesto agregaba: "Dichoso el cristiano que sabe la hora en que va a morir". De inmediato le asestaba una estocada en el corazón a quien, sin entender absolutamente nada, se le hizo consciente un instante lo efímero de la existencia.

Terrible anécdota, pero ejemplar. Porque hay un momento en el que transitando nosotros solitarios por el callejón de la vida, alguien nos preguntará la hora. Y en ese instante tendremos conciencia no de esa hora en particular sino de todas las horas perdidas sin remedio.

En el mundo de los negocios se afirma, se exige, se grita, que no debemos perder el tiempo. En el mundo del espíritu no hay jefe inmediato que nos exija nuestro horario de superación. Somos vagos de nacimiento, ociosos por naturaleza, flojos de necesidad. Nuestra alma paras echarse a andar necesita del látigo de la angustia o del dolor, del callejón sin salida de lo irremediable.

Hermano: No perdamos más el tiempo. Lo tenemos recuperado y atesorado en cada instante de nuestro existir. De este minuto, como de un grano de trigo, pueden nacer un sembradío, un prado, una llanura entera de alimento celeste. Porque el tiempo es una medida virtual, imaginaria, supuesta, viva y verdadera. Solamente cuando nuestra conciencia le exige su presencia infinita, el tiempo florece sin cesar.

Este minuto puede ser como este mundo. ¿Qué acaso nuestro planeta tierra no es más que una simple, miserable, maravillosa y única gota de agua en el universo?

No perdamos el tiempo, no perdamos la tierra. Aprendamos la magia de vivir.

Alegría y Secreto de Vivir
Si, vivir es muy hermoso, aún invadidos por el dolor. Porque vivir es tener conciencia de nosotros mismos y de lo que nos rodea. Vivir es generar ideas, afectos, trabajos y soluciones. Vivir es estar feliz, aunque nuestra existencia tenga problemas y nuestra supervivencia sus complicaciones...

Veamos el ejemplo del bosque: Hay árboles gigantes, cuyo tronco se eleva por encima de todos. Hay otros árboles medianos, casi asfixiados por los mayores, pero luchando por alcanzar la luz del sol... Todos los árboles viven su existencia a su manera y nadie, según se aprecia, mata a los demás para sobrevivirse a sí mismo. Son los follajes que casen y se pudren, las hojas muertas que descienden solas, las que abonan y fertilizan la tierra en un eterno renovar de energía y gana de florecer. 

En el bosque de la existencia nos pasará lo mismo. Hay poderosos, hay medianos y hay pequeños. Y hasta parásitos. Todos, en un concierto que no se puede negar, puesto que es la sociedad misma. En este concierto social tú y yo tenemos una función. Y debemos desempeñarla en pleno juicio. Quien sea médico que cure enfermos. Quien venda jugos, que los haga bien. Quien haga esto o lo otro, que lo realice con certeza. Y a cada quien lo suyo, sin destruir lo otro.

De lo contrario, la alegría de vivir se convierte en la furia de vivir. Y es entonces cuando se hiere, se estorba, se intriga, se agrede o se mata. Cuando la furia de vivir llena el espíritu. Una furia ciega que no es creativa, es destructiva.

La vida se nos da gratuitamente y sin que la pidamos. Respetémosla en nosotros mismos y en el prójimo. Que el trabajo sea el origen del desarrollo, que la lucha psicológica por serlos mejores no degenere en lucha fratricida. Porque, el que a hierro mata, a hierro muere. Y quien levante una vez más la mandíbula en la diestra, como Caín, para acabar con su hermano, sentirá el ojo de la justicia sobre su conciencia, hasta la muerte.

Disfrutemos de la alegría de vivir. Tú y yo, ella y él, todos nosotros.

Vivamos con la esperanza de sobrevivir. Hagamos de esta casa, de esta ciudad, de este país y de este planeta, algo habitable y limpio. Limpio en ideas, acto y esfuerzo. Esta alegría de vivir que nos ayudará a hacer de lo que somos, algo recordable, algo digno de nuestros hijos y de nuestra categoría irremplazable de seres humanos libres, animosos, razonables.

El Arte de Desconfiar
Desconfiar es común, pero no es justo. Desconfiar es el verbo que al conjugarse, desarrolla más energía desorientadora de la que nos imaginamos.

Alguien nos dice algo y desconfiamos. Comenzamos a perder puntos en el ascenso del vivir. Porque nuestra duda del otro, hace que se desate esa pequeña tempestad interior de la inquietud, el rechazo. Tempestad que logra despertar oleajes tardíos, lluvias angustiosas, nubarrones amenazadores, relámpagos de celo y confusión

Cuando tú desconfías de mí, hay algo que entre los dos no existe: La credibilidad. Si yo pierdo la fe en tí, lo he perdido todo, aunque me rodee la seguridad económica, la responsiva de la salud, el apoyo de mucha gente que me puede decir: "Qué hermosa vida llevas! Eres feliz de los pies a la cabeza..."

Y eso es mentira, Nadie es feliz si desconfía de alguien que ama. La desconfianza es como un extraño virus, que se filtra por los ojos, por los oídos, haciendo de la mente una fábrica desaforada de cosas tristes y solitarias.

Cuando yo desconfío de tí, se me derrumba un mundo interior que me pertenecía por derecho de amor. Se me desploma esa escalera de ideas y de afectos que me servia para ascender al entusiasmo.

Cuando los dos desconfiamos, hay una grieta enorme, trágicamente invisible que nos va alejando, alejando, hasta hacernos ausentes enfrente uno del otro. Hasta convertirnos en grandes enemigos, unidos solamente por el débil cintillo de lo social inevitable.

¿Por qué no pronunciar esa palabra...? ¿Por qué no distender ese gesto de odio simulado? ¿Por qué no decir lo que llevamos dentro como semilla incómoda, para matar ahora lo que será hiedra asfixiante el día de mañana?

Hablemos. Digamos lo que tengamos que decir para recuperar esa confianza. No importa lo difícil, lo terrible, lo desesperante que resulte. Solo serán momentos de acomodo, de reajuste de sintonía dolorosa, que al fin y al cabo renacerá la confianza si sabemos hablar.

Porque en el fondo de un gran amor, de una gran amistad, de una gran compañía, yace, como hilo de agua permanentemente luminosa, la confianza en el otro.

No convirtamos esta vida cotidiana en un arte amargo y áspero. No nos graduemos al paso de las horas y los días, en expertos ingratos. En doctores inútiles. No seamos los que señalan con un índice diciendo. "Mira, ese es maestro único en el arte de desconfiar..."

La Importancia de las Pocas Pulgas
La pulga es un animal simbólico. Nadie lo ve, pero molesta mucho. Y alrededor de ella, se desata un mundo interesante: "Cuidado con fulanito, es de muy pocas pulgas"...

¿Que acaso menganito, por ser más aguantador y paciente, tiene ya muchas pulgas...? Enigmas de la historia. El mal carácter, el hígado infeliz, el berrinche a flor de labio, encierra la idea de las pocas pulgas.

¿Y cuando decimos que al perro más flaco se le cargan las pulgas...? Ah, entonces queremos decir que los fregados en este mundo, somos pulguientos. ¡Qué poco poético es todo esto...! Pero es real.

Si quieres defender tu tiempo, tu manera de pensar, tus decisiones vitales, espántate las pulgas. Quédate con pocas, Aunque no te puedan ver los aduladores, aunque ya no te saluden los caravaneros, convéncete que las pulgas que tu tienes son escasas y de buena calidad.

Si no me crees, haz lo contrario. Déjate invadir tiempo y dinero, permite que los demás te acorralen con alabanzas gratuitas y te arrebaten lo que te pertenece, llámese dinero o sueño. Entonces te despertarás un día rascándote el corazón desesperado: ¡Ya no aguanto esta vida! Mejor sería vivir como ermitaño que en medio de tanta soledad tan bien vestida, rodeado de tanta palabra sin significado, acosado por tanto aullar de lobos que pretender sonreír...

Si eres de los que piensan que hombre es el mejor amigo del perro, cuídate. El perro vive feliz. El infeliz es uno que necesita del perro. ¿Y las pulgas? Brincan, brincan de un espinazo a otro, sin piedad y sin destino.El perro es el mejor amigo del hombre, bien. Y hasta ahí. Que el agua de los ríos va hacia el mar y nunca el mar ha tenido la intención de ir, cuesta arriba, a conquistar las montañas.

Tu eres un océano de posibilidades. Eres, si así lo deseas, un perro cazador Pero recuérdalo: Un Perro cazador de estrellas. Un perro que persigue los dibujos de la luna en el camino. Un perro que vigila una casa llamada eternidad, esperando que se abra su puerta, por que, un día...

Noble animal, hermoso animal el perro. Símbolo de fidelidad y de vigilia. Ojalá algunos de mis amigos tuvieras su entereza, su alegría y su serenidad. Pocas pulgas tendrían en el lomo y muchas, muchas ilusiones en eso que se llama corazón.

Un aprendiz de poeta
Es un buen muchacho. Se acercó a mi, trayéndome sus versos, sus inquietudes juveniles, llenas de confusión, sensibilidad, audacia y hasta desaliento. Quiere publicar un libro un día. Quiere salirse de sí mismo. Decirle al mundo: "Aquí estoy... ¡Convívame...!

Por que el poeta, aunque mucha gente no lo crea, no es el ser ajeno y arrinconado sino el más deseoso de estar con todos. El que busca convivir y ser convivido. Los mejores poemas en un cajón del escritorio o entre viejos papeles, no tendrán nunca sentido. Un poema, bueno o malo, sólo adquiere soplo vital cuando alguien lo lee, y dentro de él, halla una chispa de comunicación espiritual, relámpago afectivo, un vago sentimiento de "ese soy yo... esto, lo vivo... aquí desearía estar..."

¡Hay poetas perfectos. Cerebrales. Matemáticamente impecables. Su gramática es de mármol, su palabra es de cristal, su expresión es una orfebrería. Pero no llegan a tocar eso que hace sobrevivir al poema. Son excelentes constructores de estructuras, pero les falta el soplo esencial, la identificación con nosotros, con todos los que vibran y pulsan el telar de la vida diaria.

Sólo es la memoria del pueblo la que consagra a quien escribe. Aunque los críticos de una generación se pasen diciendo maravillas de quien admiran, si el pueblo mismo no lo percibe, no lo convive, ese alguien irá al archivo luminoso de los sombríos conocedores de literatura perfecta.

Le dije a este muchacho que escribiera más. Que siguiera intentando. Que no se detuviera ante el aplauso o ante el rechazo. Que el destino de un poeta no es el anteojo de un buen crítico, sino los ojos mismos del alma con los que lee el pueblo.

Que pena me daría que se fuera convirtiendo en poeta de ajedrez, en sensibilidad de computadora, en cinemática de lenguaje intocable. Los diccionarios quizá ganarían otro nombre. Y el pueblo quizá hubiere perdido otra oportunidad para charlar consigo mismo a través de sus palabras.

Las Cosas del Matrimonio
El misterio de la felicidad matrimonial, sí es un misterio. Porque independientemente de los dimes y diretes del hogar, hay algo que va más allá de las dificultades y acaba en solidez, en estabilidad, en comprensión y en admirable conjunción de caracteres.

Casarse es cosa seria, pero muy seria. Decían los viejos: "Antes de que te cases mira lo que haces". Y con razón, no se puede elegir a alguien para convivir, si no se le toma en serio. En la actualidad, se habla de gran disolución matrimonial, pero también el índice de matrimonios crece desmesuradamente. Y por cada tres matrimonios que fracasan, siete sobreviven. Sigue ganando la batalla la comprensión.

Las causas por las que más comúnmente un matrimonio fracasa, dicen los psicólogos, son las siguientes: La falta de consideración del marido. Su atracción hacia otras mujeres. Su egoísmo y desinterés en su compañera o compañero. El desarraigo del hogar, la bebida y la intolerancia.

La mujer también puede provocar desazones frecuentes. A ella se le achacan fracasos por: La manía de regañar al hombre. Su descuido en el gasto. Su mucho interés en otros hombres. Su chismografía, su desarreglo personal y sus muchas actividades fuera de casa.

En fin, que las mujeres y los hombres se entienden o se pelean, pero tienden a vivir juntos y el matrimonio da a ese deseo una solidez aceptable y fecunda. Hasta en las tribus más salvajes, el matrimonio se tiene como institución saludable.

Hay contradicciones y hasta ironías en el matrimonio. Recordemos algunas: "El amor a primera vista, generalmente es ciego". "El que se casa sin casa, fracasa"- "En el matrimonio, cuando entra la necesidad por la puerta, salta el amor por la ventana". "Esposo que no calla, es canalla". "Esposa que no llora, es malora". "Antes de insultar a tu mujer, mira lo que vas a hacer". "Esposo dormilón matrimonio remolón". "Esposa floja, hijos malcriados". Esposo enojón, líos a montón".

Y así, siempre. Pero a pesar de todo, hay gente que cumple setenta, sesenta y cincuenta años de casada. Y es gente feliz. Gente que convivió con un espíritu afín, con un amor sin tiempo. Gente cuya mirada está llena de gratitud a la vida.

Matrimonio, Célula de esperanza. Camino de luz con relámpagos oscuros. Y oportunidad para que dos seres se identifiquen y a través de los años, vivan la realidad de una honda y maravillosa fantasía: El amor.

Cerebro y Voz
Cosa en verdad traída y llevada es la comunicación. Necesidad humana desde la época de las cavernas, ha llegado a ser en nuestro siglo no sólo preocupación instintiva, sino ciencia total, carrera profesional y tecnología compleja y deslumbrante.

Pero en el fondo, ¿Qué es la comunicación...?

Es una ansia de darle al otro lo que nos entusiasma, lo que nos acongoja, lo que nos despierta una emoción o una idea. Darle con la palabra o con el gesto, con el grito o con la mirada, algo que hierve en nuestro interior queriendo saltar fuera de nosotros, para ello tenemos nuestro propio cuerpo, el lenguaje, la música, el teléfono, el radio, el correo, el telégrafo, el periódico, el libro, la televisión, la computadora, el correo electrónico, el Facebook, el Twitter y tantas otras cosas.

Pero... ¿Logramos comunicarnos...?

Cuidado con las fantasías. Una cosa es que disparemos datos sin ton ni son y otra es que eso que ofrecemos obtenga una respuesta. Para que ésta brote, lo que ofrecemos debe llevar la semilla de algo valioso y sencillo de algo efectivo y humano. La comunicación perfecta es la que despierta eso, un reflejo interior en el otro, una reacción viva que lo mueve a algo.

Busquemos la verdadera comunicación. La que despide estímulos auténticos, reactivos comunes, sondeos trascendentales. No nos quedemos en la comunicación superficial siempre, en la que sólo deja ecos, destellos, astillas de lo que pudo ser.

Y sobre todo, comuniquémonos con nosotros mismos. Con ese otro yo que espera interiormente un lenguaje verdadero, una palabra luminosa, una emoción fuerte y generosa, una idea valiente y oportuna.

No en vano dice en broma un letrerito: "Conéctate el cerebro antes de hablar". Es una ocurrencia con mucha, mucha filosofía práctica.


La Voluntad Férrea 
Los griegos, hace muchos siglos, calificaron a la voluntad como una de las facultades clave para la humanidad. La voluntad nos permite ejecutar fielmente una decisión tomada en nuestro interior. Y nos abre el campo de la acción, campo que es de tremenda importancia para la vida diaria.

Hay gente que se hace muy buenos propósitos. Pero no tiene voluntad para llevarlos a cabo. Hay otros que tienen miles de ideas, pero carecen de la voluntad suficiente para materializarlas. Los hay que sueñan y nunca hacen nada, sólo idean, vislumbran, planean. Pero, bien lo dice el refrán: "Del dicho al hecho, hay mucho trecho".

Gracias a la voluntad, todo es posible. La aplicamos a un presentimiento y nace un proyecto. La aplicamos al proyecto y resulta una realidad. Ella es la fuerza generadora de lo memorable del hombre. Voluntad de vivir, voluntad , de hacer reales las cosas que deseamos.

Qué formidable es recordar a aquel muchacho emprendedor, a aquella linda muchacha, quienes, de estudiantes sencillos, comunes y corrientes o de empleados sin mayor importancia, nacieron a una vida independiente, feliz, llena de esfuerzos y satisfacciones. Mediante la voluntad, naturalmente.

Misteriosa fuerza que se engendra en nuestro siquismo, la voluntad es una chispa, un deseo de hacer, una carga insólita que nos inclina a buscar aquello que deseamos ver frente a nosotros. Y en alto porcentaje, altísimo, quienes desean algo y ponen su parte de voluntad para encontrarlo, se salen con lo suyo.

Mediante la voluntad hallamos el camino que nos resuelve necesidades y ensueños. Voluntariamente nos entregamos a una rutina de trabajo para merecer una gratificación y voluntariamente repetimos una y otra vez algo que nos interesa, hasta que queda como lo deseamos. Esa inocente voluntad es la que vale: "Un gran talento está hecho de un diez por ciento de sapiencia y un noventa por ciento de insistencia".

Tengamos la extraña voluntad de cumplir con el deber diario y nos sorprenderemos como se fortalece para más amplios deberes. Quien no es grande en lo pequeño, difícilmente lo será en lo grande. Tengamos la extraña voluntad de hacer, día a día, algo más por nosotros mismo y por el prójimo. Necesitamos esa voluntad férrea.

Y obtendremos extraños e increíbles resultados.


Los Ratos Perdidos

Uno no tiene idea del tiempo hasta que lo ve perdido. Si sumáramos las horas que nos pasamos dormidos en 50 años de vida, no lo creeríamos: Más de 10 años nos la pasamos tranquila y necesariamente, dormidos.

Pero estos ratos que no descubrimos, esos minutos y esas horas en las que el ocio nos invade, suman años también, forman el gran catálogo de los ratos perdido, años acumulados en la nada, en la frivolidad, en el vacío del ya veremos qué hago. Ratos perdido que para muchos son simples pasatiempos y para otros, ni siquiera merecen un recuerdo.

El sueño es absolutamente necesario. Pero el ocio, no. El descanso es necesario pero el ocio lo convierte en tiempo muerto, que estorba y complica la tranquilidad interna.

Ocio es el no hacer nada, ni siquiera descansar. Descansar es hacer algo, entreteniéndose. Ocio es la absoluta pérdida de tiempo, sin conciencia alguna de su utilidad. Descanso es el aprovechamiento de ese tiempo, realizando tareas que relaja el sistema nervioso y que fortalecen la tranquilidad del yo interno.

Quien ve llover, simplemente, es el ocioso. Y quien ve llover recordando algo, inventando algo o soñando algo, ya sale del ocio para entrar en las posibilidad de un trabajo interior, fecundo al fin y al cabo. aunque no se traduzca en ninguna obra de arte o en ninguna muestra material.

Trabajar es la fórmula para realizarse íntegramente. Y no entendamos por trabajo solamente lo que tenemos que desarrollar para ganarnos la vida, sino toda la actividad que deja huella en el alma o en el exterior. Huella que puede ir desde un saludo oportuno hasta un cuadro inmortal. Trabajar es hacer algo por nosotros mismo, para nosotros mismo y para los demás.

Quizá el Creador al decir que ganaríamos el pan con el sudor de la frente nos quiso decir que nos obligáramos a hacer algo para sobrevivir. Algo fatigoso y al mismo tiempo gratificante. Algo que llenara esos ratos perdido en los que naufragan las gentes sin espíritu.

Quien no sabe qué hacer con el tiempo, ya está desintegrándose en él, sin remedio. Quien lo aprovecha, trabaja para sobrevivir, comprobándose simple y sencillamente como ser humano.


La Fuerza de la Debilidad
Todo el mundo es débil. Débil es el tiempo en que vivimos, débil el papel en que se escribe la constancia de que hemos nacido. Débil la gloria que logramos acumular en vida. Y débil la mortaja en que se nos envuelve, para ser devorados por el tiempo.

Débil es la voz de la conciencia, la razón del amor, la atracción de la carne y la ilusión de la inmortalidad.

Pero... ¿Que misteriosa fuerza se esconde detrás de esas debilidades, que ha permanecido inalterable a través de los siglos el deseo de sobrevivir, de trascender, de ir dejando una huella luminosa detrás de nuestra vida?.

Veamos la gran experiencia del caracol; se arrastra lentamente, inservible casi, por la pared del jardín. Y de su paso, solo queda un tenue hilo mojado que, al secarse, brilla como hilo de plata a la luz del sol. ¿Hay muestra más clara de la debilidad que la del caracol terrestre?. Su existencia vale unos cuantos metros, su casa se rompe hecha pedazos y de su vida, solo queda, si acaso, aquella hebra de plata que vive otras horas a la luz del sol...?.

Débil es la carne. Débil nuestra ambición. Pero fuerte hasta la eternidad nuestro propósito. Débil fue Adán, vendiendo por un breve placer su condición de paraíso. Y débiles los reyes que en el mundo han sido, que han vendido por una copa de soberbia todo un mundo de paz interior. Y débiles quienes han dicho: "Yo soy lo definitivo. Después de mi, todo será miseria..."

La fuerza de nuestra debilidad se esconde en nuestra capacidad de ensueño. Eso es lo que no se vence jamás. Soñar en algo que no tenemos, nos da la clave de la esperanza. Unos soñamos con el poder terrenal, otros con el poder del espíritu. Pero todos, unos como el Rey Midas y otros como San Agustín, soñamos lo que podemos ser. Y eso, como el caracol, nos lleva unos metros adelante en la pared del jardín.

Y esa hebra de plata ¿qué era un principio...? Un simple hilo de agua, densa, viscosa, inútil, despreciable. El tiempo la convierte en testimonio simple: "Aquí alguien pasó y de su esfuerzo, queda una esperanza".

Hagamos de nuestra debilidad la fuerza de nuestro destino. Y en la pared de lo eterno, se escribirá nuestro ensueño. Y Dios volverá a tener misericordia de tanto caracol con sueños de águila invencible.